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viernes, 29 de marzo de 2024
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De esto y aquello

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Por el Dr. Felipe Martínez Pérez

Me preguntaba una señora por mis recuerdos de la Navidad porla infancia. Y la verdad es que cuando veo éstas, más allá de que lo paso bien, recuerdo aquellas. Siempre aquellas, con lo necesario, una simple zambomba, un villancico, y la alegría que surge de los textos ante el nacimiento de ese Niño, que pienses como pienses ahí está, tan importante, que marca en todo un antes y un después.De la misma manera, que cada familia es distinta después de sus niños. Y mis padres y mis tíos,sin creer, la celebraban por todo lo alto, porque la alegría por aquel Niño estaba en los propios y en la vida; esa era la fiesta.  Y como Belén estaba muy lejos surgieron los belenes que ya triscaban entre las arcadas medievales. En consecuencia, cada vez que llega Navidad, busco los belenes por doquier, el propio y muy humilde en la lejanía, y el de las tiendas de Logroño. Algunos con centenarias figuras que venían de sus abuelos y de los comprados  año a año. Y el fervor contenido en la puesta en escena de cada estatuilla de barro. Se salía, y se sale, a mirar belenes y ver la transcripción del texto o de la fe. Grande, y muy famoso era el de mi colegio que armaban los maestros por Noviembre y fuera de clase.

 

Buen portal y estupendas figuras atesoraba el Colegio, en particular la Virgen y San José del siglo anterior, y el pesebre que es lo que había según el texto, más el buey y el asno. Y los pastores que andan por soledades y ven portentos. Montañas, ríos y hasta rebaños y con portal  precioso  adonde iban confluyendo  distintos  personajes y nuestras miradas. Arroyos, casitas con luces, pozos de donde salía agua, montañas, nieve, rebaños,  gracias a algunos artificios aportados por alumnos de Artes y Oficios que estaban en el mismo edificio. Y algún animal del bosque, pero lejos de la cuestión principal. Había nacido un Niño en una población llamada Belén y cada uno se la imaginaba grande o pequeña pero ante lo desconocido optaba por plasmar su pueblo que, al cabo, era su infancia; el puentecito, la espadaña o la forma de su ermita.Cada vez que vuelvo al pueblo,veo desde lo alto de la montañael belén que dejé de niño; me cuesta encontrar el real que trastabilla montado en el recuerdo. Según don Hipólito Nievas el cura de Ortigosa de Cameros, mi pueblo, que correteaba conmigo por un largo pasillo, cuando empezaba a andar, le aseguraba a mi abuela,que el pueblo era un belén de los de Navidad.

 

Un belén latino y cristiano es lo que se armaba y arma, porque todavía existen gentes que festejan la tradición, y al parecer fue el de Asís quien empezó con el pesebre que en España se convierte en belén. Y lo vivido de niño con la pasión y atracción que merodea en lo desconocido, flota en el tiempo como algo inolvidable. De un pesebre italiano a un pueblo español.En la actualidad lo primero que se echa en falta es precisamente el hecho cultural,la puesta en escena de un acontecimiento que  marca todo lo cotidiano aunque no se lo vea. En una palabra, creyenteo no creyente, se trata de un hecho histórico en el cual no es necesario escarbar, porque lo impide la alegría.Recuerdo a un confesor, en la Redonda, que hizo lo posible para que descreyera. Se le antojó con malsana insistencia que yo tenía que ser pecador y el que esto escribe se negaba a ello. Yo no he cometidos pecados. Quizás se había convertido en un pobre tipo de la secreta y quería sacar a luz otros menesteres. En la próxima confesión por aquello del primer viernes de mes, me toca el mismo. Y  en la penumbra le digo que había pegado a mi madre. Sepuso contentísimo; eso sí, por poco me quedo hasta la noche ave maría tras ave maría. Sin embargo,es casi seguro, que se más de religión que aquel pobre hombre y sin duda atesoro en la memoria la Navidad.De un día para otro se erigía la alegría por arte de magia.

 

A fines de Noviembre doña Pura que vivía en el tercero izquierda aunque era de derechas, me llamaba para ver el acontecimiento del año, desenvolver, una tras otra, las piezas de su belén bien resguardadas con cajitas y papel. Siempre he pensado que además del espectáculo y que doña pensaba en unirnos con Dios, había regocijo en mirar después de un año  varias ovejas en una cajita, un pastor de rodillas que después iría cerca del pesebre, otro por arriba con el corderito al cuello a la manera de una bufanda de la que salían sordos balidos. Mira, mira, que bonito el Niño. Nadie tocaba nada, salvo doña Pura, que como por arte de magia sacaba un trozo de arroyo o la choza del pastor, o la montaña que va al fondo.

 

Había figuras que se movían. Doña Pura era muy celosa del tiempo y de los textos. Desde la puesta en escena los pastores estaban alejados de la Sagrada Familia  y los iba desplazando hasta el pesebre. Otro tanto sucedía con los Reyes situados a lo lejos, por los vallecitos de estraza, o tras las montañas de arpillera y talco. Se acercaban despacio, día a día, siguiendo la estrella, quieta por  falta de artificio. Y el 6 de Enero se arrodillaban ante el Niño. Hoy está de moda renegar del pasado, y tan contentos se cargan la tradición sin vergüenza alguna. Pues esto es tradición y forma parte de la acendrada cultura de España y América, y se crea o no, lo mínimo que se puede hacer es izar bien alto el respeto que merecen nuestros antepasados; o el vecino. La Navidad no es una fiesta de compraventa. Es la cultura que anda por nuestras venas y eso es intocable, sobre todo por los más correctos de las sociedades.

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