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sábado, 27 de abril de 2024
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De esto y aquello

Nota 1599 - (5ª Época).

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Por el Dr. Felipe Martínez Pérez.

¡Titiriti!  ¡Titiriti! “…Manda decir el maestro Don Melchor… que esta tarde a las cinco…están invitados todos los niños del pueblo a reunirse en la plazoleta de la escuela. ¡Titiriti! ¡Titiriti! Que don Luis ha vuelto de Cuba y les ha traído un regalo… ¡titiriti! ¡titiriti! Y don Juan se alejaba unos cuantos metros y ¡titiriti!  ¡titiriti!…y manda decir…” Qué bonito escuchar el pregón y ver los malabares del pregonero con la corneta de latón y la  cadena que siempre estaba donde estorbaba. Don Juan era el alguacil y si mi abuela no hubiera sido viuda pues el de la corneta hubiera sido mi abuelo, pero claro, en los pueblos y en tiempos idos era costumbre de la Muerte entrar en  las casas sin importarle las edades. Bueno, pero lo cierto es que a las cinco estaba con mi abuela limpito y bien peinado, como era habitual. Tendría cuatro o cinco años, porque a los seis bajé a Logroño para ir a la escuela. Pero ahí estaban todos los niños de Ortigosa de Cameros y Don Melchor y Don Luis con un atado de cañas bajo el brazo, a la manera de un haz de trigo.

Y ante los ojos azorados de todos sacó del bolsillo derecho de la chaqueta de pana una navaja que relucía, que sería toledana o de Albacete por como cortaba los trozos de caña de unos veinte centímetros que don Luis iba regalando a cada niño. Y al rato estábamos todos los niños chupando la caña de azúcar; que ese fue el regalo que trajo don Luis de Cuba para los niños de Ortigosa. Lección magistral. De manera que la primera noción que tuvimos los niños del pueblo, fue que Cuba era dulce. Después andando los años y sin don Luis ni don  Melchor, en La Plata, me enteré que Cuba era un largo lagarto verde, con ojos de piedra y agua. “Por el mar de las Antillas/ (que también Caribe llaman)/ batida por olas duras/  y ornada de espumas blandas/ bajo el sol que la persigue/ y el viento que la rechaza,/ cantando a lágrima viva/  navega Cuba en su mapa:/ un largo lagarto verde/ con ojos de piedra y agua”. Y este poema es necesario escucharlo de boca de don Nicolás Guillen donde salta su respiración y trisca el son de Cuba.

Y todavía con un trozo de caña en la boca, porque era temprano fuimos, una vez más, a la casa de don Hipólito. Don Hipólito era el cura del pueblo y mi abuela limpiaba la casa del cura del pueblo, que relucía como una patena. La casa era larga o alargada y mientras mi abuela  andaba en sus quehaceres, don Hipólito jugaba con quien esto escribe. Me hacía caminar hasta el fondo del pasillo e ir corriendo hacia él, y me abrazaba. Que me quería, no cabe duda y quizás me veía como al hijo pródigo, o sea, como una parábola, pero ni yo estaba perdido ni en consecuencia podía ser encontrado. ¡Qué hasta donde llegan las parábolas!   Y esdrújula por si algo faltare. Pero quizás don Hipólito Nievas profundizaba o revolvía el futuro. Que estos que han leído a San Agustín se las saben todas. ¡Ah Luciana! Dile a Juan que un día de estos hay que subir a limpiar al diablo.

Porque en el pueblo hay dos iglesias, la de San Miguel y la de San Martín que nunca he sabido que andaba haciendo en mi pueblo, el de Tours, en mil quinientos y pico.

Pero eso sí, que hay que ser educado. He estado en Tours por dos cosas, la primera para devolverle visita, como quien dice y la otra, ver si todavía montaba el caballo blanco, porque a mí no me cabe duda, que es el caballo de El Greco. Que muy santo, pero no lo ha devuelto. Pero nadie supo decirme nada. Bien, y al otro lado del puente, del puente de mi pueblo. No el de Wilson de Tours que cruza el Loira. Pues cruzando el puente del río Seco tenemos la iglesia de San Miguel. También hay dos ermitas la de Santa Lucía y la de San Felices; que la santa se llamaba como mi abuela. Las cosas que suceden en los pueblos. Y en las ciudades, porque la verdad es, que desde inmemorial, los santos y las santas se ponen los nombres de las gentes. Se ve que piensan en otras cosas.

Y yo estoy pensando en el diablo. Con el tiempo he aprendido que hay que entrarle con la dialéctica, y no se resiste. Y ahí estaba yo, con mi abuela, don Hipólito y mi tío Juan que ya está dándole brillo al diablo, a la caldera y a San Miguel. Yo tenía en mano una bayeta de repuesto, pero no hizo falta. Lo cierto es, que desde abajo, digo desde abajo, porque mi tío estaba muy alto en equilibrio entre la caldera y San Miguel, o también puede ser que estaba muy alto porque yo era pequeño. Que esto es parecido a los enanos que tenía la nobleza en tiempo de los Austrias; que el rey era altísimo y hermoso al lado del enano.

Juan baja, que ya está, que te vas a caer. Algo que no podía ser porque por encima había una paloma vigilante con muchos rayos que salían de ella. Lo cierto es, que entre el brillo del santo y el brillo de la caldera con la cabeza del diablo a la altura de los ojos y por supuesto con los cuernitos tan monos asomando por la caldera, todo iluminaba los muros del Evangelio y Epístola de la altiva y única nave. Y ahí quedaban contentos y limpios, el diablo y san Miguel, cada uno en su faena, como estaba escrito que nada cambió; porque, en definitiva que sería del Arcángel sin el diablo, un don nadie, un cualquiera; una palabra grave o llana. Por estas pampas la pareja se da poco, pero hay que vigilar, que donde te descuidas lo meten en el saco de lo inclusivo y se pierde para siempre. El santo; que el diablo tiene luz verde.

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