14 de mayo de 2022

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Información General. Cuando apostar al trabajo trae suerte


En lo atinente a permanencia tras un mostrador, si no le tocó el as de espadas al menos le cayó el de bastos: con sesenta y cinco años de trayectoria, José Alberto Albano es ya un mojón en la historia lugareña del comercio, un ineludible hasta para los que no se baten ni al Senku. Pero lo interesante en el ‘Taca’ no es sólo el pasado sino el futuro, que con setenta y ocho bien puestitos sigue construyendo desde un activo presente de trabajo al frente de su agencia de juegos de azar, que merma apenas gotas a pesar de toda el agua que ha corrido bajo el puente de su vida.





El ‘Taca’ (es autoría de su madre el apodo, cuando él era muy purrete, y nunca sabrá por qué) comenzó a trabajar a los trece por una razón tan común ayer, ahora y mañana: había que llevar un mango a casa. Eran ocho hermanos, y ‘parar la olla’ se imponía sin necesidad de demasiados análisis ni pretensiones. Vivían en el paraje La Protegida, su padre trabajaba en el campo de uno de los abuelos del niño José Alberto, una época dura hasta lo indeleble en que había que hacer malabares para comer, y gracias que el lugar proveía: perdices, liebres, martinetas, no vayan a soñar con un asadito. “Una pobreza total”, define el comerciante.





Cuando el ‘Taca’ tenía seis, se vinieron a la ciudad. Su viejo ingresó al Peladero López, sin que su suerte en lo material diera jamás un vuelco de ciento ochenta grados. En ese tiempo, el futuro comerciante vendía naranjas en el estadio municipal y pasteles dulces en el barrio Obrero, donde vivía la familia. Ayudar sin chistar era la religión, una con dioses de milagros trastabillantes, o de lamparita amarilla, o, si se quiere, ásperos, como las manos de un albañil.





Poco después, en febrero de 1957, el protagonista de este artículo se incorporó como cadete y empleado a Calzados Tonsa, a días de iniciar el sexto grado de la primaria. Sería su última vez en una escuela y su primera en un trabajo. Por la mañana, al cole a completar la formación con la que saldría a la vida, combinada con la voluntad que aprendía y acumulaba en casa, más de ver que de escuchar; por la tarde, a trabajar y sumar a la economía familiar, para que el guiso tuviera un poco de carne más. Tonsa era “la zapatería de más fino calzado que había en el país; Lolita Torres le hacía la publicidad”, recuerda con orgullo el ‘Taca’ una tarde cualquiera, o como cualquiera, en la trastienda de su agencia nunca huérfana de gente. Tonsa estaba en San Martín 367, muy cerca a la mítica pizzería La bolivarense.





Duró poco esta primera experiencia, y un año más tarde pasó a Tiendas Garal, que con los años sería Galver y ya residía en su amplio local de siempre, hoy ocupado por Pardo Hogar. “Mi hermano el ‘Pilla’, Juan Carlos, trabajaba de cadete ahí. Lo ascendían a empleado y me recomendó para reemplazarlo”, rescata de su memoria, aun fresca, mi entrevistado.





Casualmente, uno de los titulares de la firma con central en la porteñísima esquina de Cabildo y Juramento era José Noseda, hermano de los Noseda bolivarenses. Albano regresó del servicio militar, a los veinte, estuvo dos años más en Garal y fue trasladado como subgerente a la sucursal de San Antonio de Areco. Probó, pero ese traje no estaba hecho a su medida y decidió renunciar y volver a Bolívar, con el futuro desnudo ante sí porque debía otra vez salir a buscar trabajo, como a los trece y con lo puesto, sin capital para encarar nada. Y ahí estaba titilando el apellido Noseda, que sería clave en su andar.





Aunque no vive de recuerdos, al ‘Taca’ lo entusiasma recordar. Para el hombre común, como él y como tantos, quizá esa silenciosa mayoría que cada tanto levanta el puño pero nunca llega a embocar en la pera a la realidad, es una forma de hacer justicia, o una forma de la justicia que no requiere de biografías ni homenajes formales. 





Fueron nueve años en Garal, o Galver, incluyendo esos pocos meses en Areco. Al renunciar, Albano se quedaba sin trabajo pero su estrella seguía mirándolo, ese diseño de tres puntas: No-Se-Da, aunque en su caso, como en tantos más casi hasta el presente, bien que sí se dio. Así fue que a poco de volver en un tórrido enero, con la frente brillosa de sueños, el ‘Taca’ fue convocado por Roberto, a instancias de su hermano, José Noseda, el capo porteño de Garal. ‘¿No querés venirte a la zapatería?’, le gatilló sin más quien fuera su “segundo padre, un hombre maravilloso”, como ama subrayar. Al toque, “antes de fines de ese enero” de 1967 ingresó en Ideal, en el local que el emprendimiento aún mantiene, en lejanos tiempos en los que Pedro ‘Rolo’ Culotta, hoy al frente de la firma, aún no lucía bigote (supongo). Fueron catorce abriles en los que terminó de formarse como empleado de comercio: atendió al público, fue vidrierista y “hacía lo que hubiera que hacer” con un perfil “multifacético”, acaso sin darse cuenta de que la ‘hormiga’ de emprender algo propio gestaba musculatura en su cabeza. “Roberto, en alguna ocasión, cuando ya me había ido, dijo que fui el mejor empleado que tuvo en Ideal”, destaca el ‘Taca’ sin ruborizarse ni medio tono, con la seguridad de un marcador central experimentado que espera un córner.





Según Fito Páez no te enseñan a vivir, y aunque ahora hay carreras que te preparan para enfrentar al público y vender, no era así cuando Albano comenzó a andar por un caminito que se transformaría en la autopista de su existir. Como sus colegas de entonces, aprendió haciendo, con algún oportuno consejo de alguien pero in situ. Fue como saltar sin red a una pileta y luego rebuscárselas para flotar, nada de tutoriales por YouTube. “Ocurre que era otro tiempo, vos abrías la puerta de Galver y ya había como diez personas esperando”, diferencia de una época en la que una mayoría de trámites y no pocas compras pueden realizarse desde casa, a través de dispositivos tecnológicos. Más aún tras (o todavía en medio de) la pandemia. Es decir que con voluntad, curiosidad y necesidad de crecer, cualquiera podía aprender uno de los oficios más antiguos y (no siempre) nobles, ese que, llevado a su mínima expresión, mueve la aguja de la economía-dínamo del sistema capitalista que nos embadurna a todos, a unos pocos de riqueza y al resto, que crece y crece como un animal de rostro desconocido que nadie se digna atender en serio, de necesidades y frustración.









Yo soy mi jefe





“Yo quería ser patrón mío, trabajar para mí, y me arriesgué, porque tenía ganas y se me ocurrió eso, no sé. Me fui el 20 de diciembre de 1980 y enseguida monté una juguetería y librería acá al lado, en San Martín 824, donde estuvo la antigua Casa Valva. Solicité además juegos de azar a Lotería de la provincia”, enumera. Así comenzó su etapa comercial más fructífera, la que lo convertiría en un clásico. Enseguida dejó los juguetes y los libros y se dedicó a lo otro, es decir la lotería, quiniela, Prode, Loto y siguen las timbas. “Ahí el juego tomó un gran impulso: tuve hasta tres empleados; mis dos hijas, que la mayor, Yisela, aún está conmigo, y hoy también un nieto, Uriel, uno de sus hijos”. (Aarón, hermano de Uriel, y Lara, hija de Débora, la hermana de Yisela, también pasaron por el mostrador de la agencia, “y ya Pilar y Gabriel”, los otros hijos de la actual directora municipal de Educación, “están para agarrar las máquinas en cualquier momento”, asegura ancho el abuelo.) “Yisela y Débora hacían los deberes acá, me bancaron siempre, su ayuda fue y continúa siendo fundamental”, subraya un ‘Taca’ a un tris de romper en llanto.





Fueron los años de gloria de José Alberto Albano. Y cuesta poco imaginarlo como un Roger Sterling (uno de los dueños de la agencia Sterling Cooper de la serie Mad Men) de la Quiniela manejando el salón y calibrando las ansiedades de gente desaforada por jugarle toda su vida a un numerito salvador…





El futuro llegó, hace rato (y aún tiene para un rato)





Pero como nada es para siempre, ni siquiera la modesta canción de Fabiana Cantilo que nos recuerda esa simpleza que todes sabemos pero nos encanta ignorar, con el nuevo siglo aún pletórico de promesas como un niño inocente, mientras Argentina, ciega, se encaminaba a su hecatombe y, soberbias, las Torres Gemelas todavía le sonreían oro a un mundo que, en vez de ponerse más sensible, pronto incrementaría por millones su fruición por sospechar y conspirar, es decir por derramar tragedia y no dinero, miseria y no oportunidades, contrariando a esos vetustos manuales que tantos siglos de sufrimiento después siguen haciendo escuela, Albano se mudaba al lado de su primer local. El 20 de febrero de 2000 la agencia ‘El Taca’ abría puertas en San Martín 814, donde aún permanece rindiendo culto a su eslogan de siempre, seguridad y confianza (El ‘Taca’ paga al toque, decía un encendido Oscar Bissio en una publicidad radial de hace unos años.) Un leitmotiv al que deberíamos incorporar el sustantivo trabajo, dado que a pesar del largo maratón de una vida y de ya no tener, por ser un clásico, que disputar ‘finales’, su agencia permanece abierta de lunes a sábados de 8.30 a 20.45, con su alma máter casi todo el tiempo ahí.





El de San Martín 814, con ese característico color verde claro fuerte, es su primer reducto comercial propio. Fue forjado con “el esfuerzo de meterle muchas horas junto a mi familia, durante un montón de años. De veinticuatro horas por día, ponele que podía distraer cuatro o cinco para comer y dormir. Era mucho el trabajo, se levantaban cada jornada dos mil tarjetas, y a punzón”, taca taca, rememora el ‘Taca’, que ‘taca a taca’ aún banca un buen tranco en la carrera de ser, pero ahora tomándose algún resuello para disfrutar de otras cosas, que son finalmente las que le dan sentido, y gracia, a toda existencia. Como quien en pleno embalaje es capaz de mirar hacia los costados a ver quién lo espera.





Le fue bien, sobre todo en los ochenta y noventa. Pudo darse los gustos que necesitaba darse y, esencialmente, cumplió con un propósito sin par, el honrar la vida de toda persona de trabajo: ayudar a sus hijas, entregarles algo más que cariño, un plato de comida y buenos consejos, que ya sería suficiente. “Las amo, igual que a mis nietos. Ellas son lo más”, le encanta repetir, es lo primero que puede llegar a decir en una charla con alguien por primera vez.





¿Tenés ganas de seguir?





-Buena pregunta. Vos sabés que, me parece, todavía la cabeza y el cuerpo me piden que siga. Pero también estoy pensando que en algún momento… De salud estoy brillante, me gusta el deporte, ando, vengo, meto horas acá y no las siento. Pero ya tengo setenta y ocho pirulos y debería pensar qué quiero para los próximos años, pronto cumpliré ochenta. En algún momento tendré que decir basta. Lo estoy pensando, diste en la tecla, pero no sé cuándo.





¿Lográs imaginarte fuera de acá? Cuando uno piensa en dejar algo, también piensa qué hará en su lugar, o en su reemplazo.





-Ese es el mayor problema que tengo. Por eso no me animo a aventurarme a dejar, o a poner una fecha, no sé, cuando cumpla ochenta. El mostrador fue y aún es mi vida, ¿qué hago en casa de 9 a 12? Envejezco, porque yo no me siento viejo sino grande, ya que el ánimo me da para todo.





Tu reloj biológico no coincide con tu reloj espiritual. Alguien de ochenta ya debería dejar de trabajar, pero espiritualmente vos te sentís pleno.





-¡¡Pero por supuesto!! Y si dejo, ¿por qué dejo, para hacer qué? A esa pregunta me la hago permanentemente. Quiero creer que los ochenta me van a agarrar acá adentro, más con la salud que tengo y con mi clientela, gente maravillosa que me quiere de verdad, que capaz que dejaría de jugar a la quiniela si yo me fuera…  Chino Castro


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