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viernes, 19 de abril de 2024
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Coronizados

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Si ya que nos mandaron a casa aprovechamos para leer libros, pronto el mundo paladeará el dulce de una inédita pandemia de ideas. Porque el bien es tan contagioso como el mal, entendámoslo.

(A mediados de la década del noventa se hablaba de la ‘tormenta de ideas’, pero es evidente que después apareció la corriente de ‘La Niña’ y secó lo poco que había llovido, empezando por los bolsillos y la vida de los pobres, que cada vez son más aunque no arrimen el bochín en las coquetas carteleras del turismo.)

Claro que si preferimos mirar tele, también alimentaremos una pandemia: la de la estupidez, que goza de muy buena salud según vemos estos virósicos días. Hay gente que porta barbijo, aunque no lo sepa: en las neuronas. Quien sólo mira tv vive en cuarentena intelectual. Sí que tiene más magnetismo que un libro, y su poder de moldear conciencias sigue siendo monstruoso, hoy en banda con redes sociales, teléfonos celulares y plataformas digitales, porque su lenguaje e intereses lo inficionan todo, sin necesidad de un televisor ni un horario para sentarse a mirar. Si se instala que son un desastre las calles y veredas de la metrópoli y que eso podría ocasionar una pandemia de esguinces de tobillo, al toque miles de personas saldrían, algunas ya rengas, a procurarse una bota de yeso. Pero aunque musculoso, se trata de un lenguaje brutal que no enseña casi nada, e incluso entretiene mal. Fomenta el egoísmo/narcisismo, la intolerancia, el oportunismo, la frivolidad y el materialismo, pésimos condiciones frente a una enfermedad muy contagiosa. Y la paranoia, de la que alguno sacará su agosto, capaz que el propio sistema capitalista: hoy estornudás y te miran mal, que te atajen con el codo pronto equivaldrá a un mimo. Invisible, el virus se coló en nuestra vida cotidiana. Sin ruido, sin olor ni declaraciones en la mesa de Legrand. Estamos colonizados, y ahora también, todes, coronizades. Flota en el aire (sucio desde antes) una acre sensación de ‘cuándo me tocará a mí’…Ya ha de haber parejas que duermen en camas separadas y se besan por celular, como en la canción de Divididos. (Claro que toda moneda tiene su otra cara, y así como algunos te atajan, otros te imantan: entre la niebla de la pandemia florecen, temeraries, sujetes que de repente se han puesto simpátiques, y te abrazan, guau, contra todas las bacterias de este pute mundo.)

 

Los hijos de la tele también salen a pavonear sus carencias por las redes sociales, y así cualquiera que navegue un rato a través de la compu se topará en la primera esquina con un escuadrón de justicieres que buscan culpables. Más que cívicos, son cínicos. Al no poder echársela a Cristina, a los bolivianos ni a los choriplaneros que no pueden viajar afuera, se la agarran directamente con la idiosincrasia argentina: ¡país bananero, no podemos controlar el tránsito y vamos a frenar un virus!, alertan, pedagoges y con una risita de costado. Son, en general, los que siempre han despotricado contra el estado, como si los privados del libremercado, insolidarios a más no poder, no estuvieran lavándose las manos, y no por prevención. Ahora ajustician a Ginés y graznan verdades de cotillón, pero bien que durante cuatro años no dijeron ni mú cuando el radimacrismo desmantelaba y destruía la salud pública. Son denostadores de lo nuestro e incondicionales de lo foráneo, quieren ser ingleses y neoyorkinos y nacieron acá a la vuelta. Como si Europa y Estados Unidos estuvieran pudiendo controlar algo. China, nación a la que tantes se deleitan en hacer culpable, ya casi ha dominado el problema, pero se difunde poco. (Si los chinos armaron esto, van a ganar.) Lo mismo que la recuperación de miles de infectados. Al programa de los Leuco no se le ocurrió ir a ver a nadie. Se desliza la idea de que el que se contagia, muere. La mortalidad del corona es baja, pero crece entre las personas de más de 60 años, algo que los jóvenes que se sienten sanos e inmunes a una especie de ‘gripe potente’ deberían respetar más. Contemplar y proteger al otro también cura. 

Conviene no hacerles mucho caso.

 

Pululan por otra vereda los piolas del humor por Face, junto a les que ‘amenazan’ con que otros flagelos matan más que el coronavirus y nadie hace nada. El dengue siempre está en posición de 9 pidiendo un centro para ponerse de moda otra vez, nos hemos pasado veranos hablando del aedes aegypti. Es verdad, pero tampoco aplica en la coyuntura. A ningún puerto con sol llegaremos restándole importancia al corona, que total es un virus que tendrá que irse solo. Quizá quienes la semana pasada caminaban por esa acera, ahora ya se han conseguido un frasco de alcohol en gel.

También conviene no hacerles mucho caso.

 

Con una escopeta con la mira empañada a su ritmo circulan, con el gesto circunspecto de quien anda tras un pato grande, los cazadores de ‘postas’. Siempre los hay, suelen parlar en bares con voz de locutor y mucho movimiento de manos. Incluso brotan virólogos. Gente que se pasa la vida empeñada con granítico ahínco en descubrir en cada escenario pólvoras que resultan estar inventadas, como diría mi querido amigo el ‘Catalán’ Alabart (hijo). Preparémonos, pronto alguien va a descubrir algo…

No son tan peligroses, a menudo alcanza con decirles que sí a todo y seguir rumbo.

 

Los realmente jodidos son los que aprovecharon para viajar de vacaciones, y los que volvieron de afuera y se hacen los sotas…

 

Lo mejor que vi (viste poco dirán algunes, cierto que vos sos miope), y con esto cierro este artículo que tampoco va a curar a nadie, es un posteo del músico y pintor Sergio Gobi, que, sí, yo mismo estoy contrariando (haz lo que yo digo…): “Las cosas temidas, si se apartan de nosotros, al ser nombradas regresan, porque confunden la mención con el llamado”, dice el gran Di Benedetto en El silenciero. Hagamos un rato de silencio contra todos los virus, un rato al menos. Escuchemos música, o agua correr, o pajaritos.

Chino Castro

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