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viernes, 19 de abril de 2024
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Canciones envueltas en celofán para un Looperis especial

Con un concierto climático y emotivo, Diego Abel Peris presentó el domingo su espectáculo Looperis, en la biblioteca Alcira Cabrera y convocado por el grupo teatral Vamos de Nuevo.

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A sala llena, el multiinstrumentista, compositor, cantante y arreglador desplegó sus habilidades musicales en una noche perforada por su propia emoción, que terminó trasladándose al público y haciéndose más grande. Una gran masa de buenas ondas, justo lo que necesitaba la compañera del cantante, Ana Laura Maringer, que el lunes, apenas horas después del concierto, fue intervenida en Buenos Aires por un desprendimiento de retina y dos desgarros oculares. Diego aludió a lo difíciles que habían sido las dos semanas previas a este recital, y tal vez eso explica algunas desconcentraciones que lo llevaron en varias ocasiones a oprimir la perilla equivocada del equipamiento tecnológico que llevó a la sala. Es que tocó con la cabeza a ‘pantalla partida’: de un lado el recital, el aquí y ahora, y en la otra mitad, su amada Anita y su circunstancia. Empero, nada grave o que no pudiera superar enseguida, de modo que la música continuara acariciando los corazones sensibles mediante canciones envueltas en celofán.

Eligió para la ocasión un repertorio melancólico, bien de domingo a la tarde. Para abrir el juego, Tiempo, un tema que compuso hace apenas un mes, y, pegadas, dos chacareras, NN y Chacarera del destino, también propias, la primera en coautoría con ‘Chiqui’ Chaves, y la segunda inspirada en una ex pareja que lo compelió a elegir entre ella y la música, con resultados cantados.  

Esta vez, Diego llevó su pedal y armó el set para guitarra y accesorios de percusión. Looperis consiste en grabar voces e instrumentos en loop o bucle, y así ir armando la canción, con la instrumentación in situ y el artista cantando y tocando la viola, acústica en este caso, arriba de la base que va grabando.

“Para mí, él es como un Bach contemporáneo. Con una base rítmica te arma una catedral”, dijo Diego, palabra más, palabra menos, para referirse a su admirado Michael Jackson antes de despachar The Way You Make Me Feel.

Looperis es delicadeza, pericia instrumental y una voz afinada, que, sin ser poderosa, o quizá justamente por eso, llega a tocar esa raíz profunda que tantos músicos no consiguen ni rozar. Algunes le llaman alma. Todas estas características y la atmósfera que iba tejiéndose se consolidaron con el ‘bloque Radiohead’, en el que el artista ofreció sus versiones de Fake Plastic Trees y dos más de la banda del inclasificable Thom Yorke. ¡Tres al hilo de Radiohead un domingo a la tarde, y nadie se pegó el corchazo!

Pero el momento sublime de la velada llegaría ya hacia el final. Estaba previsto que Ana Laura Maringer, que canta como una diosa aunque no se presente públicamente en esa faceta, participara en la versión de La casa de al lado, del bueno de Fernando Cabrera. No pudo estar por lo ya explicado, que Peris dio a conocer antes de encarar la canción. Sin embargo, previsor, el cantante había grabado a su compañera horas antes de que viajara a Baires, por eso la voz de Anita brotó prístina desde un diminuto teléfono celular. Lo que no pudo prever Diego es que el llanto lo quebraría en medio de la interpretación, peripecia que lo obligó a pedir disculpas y detenerse unos instantes. Su emoción, su fragilidad, paradójicamente lo tornaron poderoso, al tiempo que convertían al concierto en una pieza de cristal. Fue ahí que todes nos dimos a la tarea de ayudar a Diego. No porque lo necesitara, le sobra poder para bancársela, sino por el cariño que el público local, conformado por aquellos que acompañamos la movida artística desde que ‘Fratacho’ tocaba y quienes han ido sumándose, le tenemos a uno de los músicos más discretos, versátiles y talentosos que tenemos. 

El final fue con Superstition, de Stevland ‘Stevie’ Wonder, que suele tocar La Destilada Evolution, otro de los múltiples proyectos en los que se sumerge el prolífico Peris, y Bitter Sweet Symphony, el megahit de los inglesísimos The Verve, lanzado a fines de los noventa junto a ese video inolvidable en que se ve a Richard Ashcroft, líder del combo, caminando por la calle sumido en su mambo de pibe con aires de grandeza que no registra a nadie. (Con esa canción como espada del augurio, The Verve conquistó también el mercado yanqui y, desde ese rascacielos que es más alto que la pileta mendocina del flamante septuagenario Charly García, saltó a estas pampas, algo que algunos, por ejemplo el inmenso ‘Modfather’ Paul Weller, jamás lograron.) Habría una más, la cereza del sutil postre: el trajinado Don´t Worry Be Happy, mashapeado con estrofas de What´s Going On, de las ¿olvidadas? 4 Non Blondes.

Como destaco arriba, fue a sala llena, unas sesenta embarbijadas personas de acuerdo a la capacidad de lugar, ya con aforo liberado en esta etapa de salida de la pandemia (ponéle). Es evidente que había avidez por salir, casi que desesperación: exagerando un touch, todas las propuestas artísticas en estas semanas de gambetear la mentada variante Delta del covid vienen realizándose ‘sold out’, es decir que el arte no será comida pero también es alimento. Para no hablar de los restoranes: en estos días, hay gente que ‘asesinaría’ por clavarse una milanesa en una mesa de local gastronómico. Y si hablamos de alimentos, se coman con la boca o con el alma, el looperis del domingo resultó uno sensible y sensibilizado, que se transformó en energía para ayudar.

La foto que acompaña esta crónica es de Mario ‘Chiqui’ Cuevas.

Chino Castro

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