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viernes, 19 de abril de 2024
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Bolívar y sus sitios. El colegio: el Nacio

Escribe: Luciano Carballo Laveglia.

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En la última columna hablé de la infancia y de la cuadra donde la vivimos.

¿Y después? … y después vino la adolescencia.

Y ésta, para los que nacimos entre los ’50 y los ’70, se desarrolló en dos lugares bien identificados.

Empezamos a dejar el club y la cuadra /plaza / barrio y todo se trasladó durante los días de semana al colegio secundario y los fines desemana a un solo lugar, concéntrico para todos. Ese era el boliche, confitería bailable, boîte “Casablanca”.

Por supuesto que algunos coincidíamos en el colegio y otros no; pero sí la mayoría nos encontrábamos los fines de semana en Casablanca.

Por lo tanto el día y la semana era el Cole y las noches y los findes, Casablanca.

En lo personal voy a hacer referencia a mi viejo y querido NACIO.

Cada uno tendrá anécdotas de su colegio, los de la ENET con el “Pony” Yannuzzi, los del Cervantes con el Padre Alfredo y Cesar, las del IJS, era solo de mujeres, de la hermana Superiora Camila.

Conocí el NACIO en el ‘75, fui a una reunión que festejaba mi papá como ex egresado, y fueron dos las impresiones que me llevé. La primera, cómo hacían para entrar tantos alumnos en un patio tan chico y poder jugar. Yo estaba en la Escuela Nº 1, donde el patio es casi ¼ de manzana. La segunda fue ese gran mural característico del cole que estaba en el sector de la escalera y fue pintado por Marith Ghilardi, una de las artistas plásticas más célebres de Bolívar. Ojalá no se pierda ese y tantos otros. Mención aparte; estaría muy bueno que se ponga en valor, como se dice ahora, el que pintó otra gran artista plástica, Adriana Unzué, en la pared del Banco Nación sobre la Av. San Martín.

Y POR FIN LLEGO el año 79. Todo nuevo, uniforme, remera azul con escudo, pantalón gris, saco en invierno, corbata… unos hombrecitos de 12 años. Y muchas materias. Y recreos cortos.

Pero, así como en la cuadra pasó la infancia, en el NACIO pasó la adolescencia. Las complicidades, las risas, las pavadas, los llantos, las peleas, los desencuentros, los amores, los desamores.

No tuve a esa promo de profes tan recordados como el Sr. Crespi, en Dr. Gandola, la Sra. Matilde T. Saravia de De la Fuente, o ”mademoiselle” Duprat.

Si, quiero recordar a un grande entre los grandes, aquel que me dio el hábito de la lectura, el gran profe de Literatura Adolfo J. Cancio, que con su pastilla DRF la cortaba en 4, y nos decía composición tema dos puntos. Y leímos lo que nunca lee un chico a esa edad. Desde “Los árboles mueren de pie“, “Cuadernos de Infancia“, “Tristán y la Calandria “, pasando por “Misteriosa Buenos Aires “o “Don Segundo Sombra”. Y a veces hasta nos gustaba que un alumno se equivocara porque agarraba el libro y seguía leyendo toda la hora.

Nunca tampoco nos olvidaremos del “Semilla” Moura. Nos protegía, nos cuidaba, era cómplice y compañero.

Pero todo eso que vivíamos durante el día, lo repetíamos los findes de semana en Casablanca. Porque íbamos los viernes a la matinée, los sábados para los más grandes y otra vez los domingos para la matinée que organizaban los de 5º para su viaje.

Y ahí se repetía todo.

Era un lugar mágico y único. Pasabas ese laberinto que era el acceso y te recibía “Pancho” Mastrángelo y el “Teta” Noblía. Subías y estaba Casablanca. Magnífica, con sus paredes blancas y su alfombra roja, con sus “canastas” en el centro.

Cada grupo tenía su lugar, algunos en las canastas del medio, otros en la del fondo al lado de la “pista”. Estaba el sector de los baños, la pasarela sobre Sarmiento con unas escaleras traicioneras. Otros en el recodo de la barra que daba a la pista y los más extrovertidos se escondían en el otro rincón de la barra al lado del acceso.

Algunos tuvimos la fortuna de traspasar la puerta y pasar por ese pasadizo secreto y subir a la cabina de música, era la capsula de la NASA para nosotros, con su capitán “La Mona” Carlitos Boado, que nos dejaba ver esas bateas de discos y el teclado de luces manejado a veces por el “Monito” Cantori.

Y en la barra, Carlitos “Laucha” Pretre, “Cepillo “de la Torre, el “Negro” Gutiérrez y “Michel” Ramón Pucci que siempre tenía una broma o chiste.

Nunca supe cómo hacían Pico y Ramón para llevar esa bandeja con vasos de un lado a otro.

Entrábamos a las 11 de la noche y salíamos de madrugada.

Y como en la semana, volvíamos a enamorarnos, a disfrutar, a reír, a desenamorarnos, a bailar “sueltos” o “lentos “a vivir la adolescencia a pleno.

Como dice la canción, “hay días que miramos y nos parecemos, lo que soñamos esos días de pequeños, días de marzo de latido adolescente que sin saber nos cambiaron para siempre, días escritos en el libro del destino, días eternos, días sábados y domingos”.

Era toda una experiencia al salir de una zona oscura y ver salir el sol por la esquina de la ex panadería Antoniano de madrugada.

Parafraseando a Serrat “se acabó; el sol nos dice que llegó el final, por una noche se olvidó que cada uno es cada cual. Vamos buscando la puerta que acá en Casablanca se acabó la fiesta”.

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