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Alma de bandoneón

El 11 de marzo se cumplieron cien años del nacimiento de Astor Piazzolla, uno de los nombres insoslayables del tango y la música popular argentina.

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Fue un exquisito y prolífico compositor, sus obras se ejecutan en todo el mundo; en cuanto a su condición de instrumentista, fue un bandoneonista de excepción que adoptó la técnica de tocar parado. Su tremenda vitalidad le permitía tocar el bandoneón dos o tres horas seguidas con el esfuerzo que ello le demandaba (el bandoneón pesa alrededor de diez kilos).

Por supuesto que en este espacio celebramos calurosamente este aniversario recreando algunos momentos del bandoneonista marplatense.

En 1924 la familia Piazzolla se mudó a Nueva York. Un día de 1927 en el distrito Greenwich Vicente Piazzolla entró a su casa portando un misterioso paquete. Había visto un bandoneón en uno de esos negocios que venden cosas usadas, entusiasmado, imaginó su hijo Astor tocando los tangos que él escuchaba todas las noches cuando volvía del trabajo.

Lo recibió su hijo con gran algarabía, hacía mucho tiempo que le había pedido insistentemente un par de patines, por fin se le había dado. Grande fue su decepción cuando se encontró con un aparato que nunca había visto en su vida. Vicente sentó a su hijo en una silla y le dijo: “Astor, éste es el instrumento del tango, quiero que aprendas a tocarlo.”

Así nació la unión indisoluble entre Piazzolla y el bandoneón.

El Gordo y el Gato

Astor Piazzolla estaba en Roma cuando se enteró de la muerte de Aníbal Troilo, fue el 18 de mayo de 1975. El dolor de la noticia le hizo sentarse al piano y componer un homenaje para su amigo, se llamó “Suite Troileana” y se grabó ese mismo año con cuatro movimientos, que representaban los cuatro grandes amores de Troilo: Bandoneón, Zita (su mujer), Whisky y Escolazo.

La relación entre Troilo y Piazzolla comenzó en 1939 cuando Astor ingresó como bandoneonista a la orquesta de Troilo. Piazzolla tenía diecinueve años y se pasaba todas las noches escuchando tocar la orquesta de Troilo. Para ese entonces había trabado amistad con Hugo Baralis, violinista de la orquesta. Astor le había confesado que se conocía el repertorio de la orquesta de memoria y que quería integrar la agrupación. Baralis le contó que a Troilo le gustaban los músicos experimentados y que veía dificultoso su ingreso por su juventud. Pero la oportunidad llegó. Un día, uno de los bandoneonistas, Toto Rodríguez, se enfermó y la orquesta se veía complicada para cumplir las fechas del fin de semana. Astor se presentó con la caradurez que lo caracterizaba y comenzó a tocar su bandoneón delante de Pichuco. Fue aprobado, Piazzolla integraría por cinco años la orquesta.

Rápidamente, Troilo, quién llamaba Gato a Piazzolla porque iba y venía sin parar nunca, le tomó cariño a Astor. Al mes de estar en la orquesta el padre de Piazzolla se vino a Buenos Aires desde Mar del Plata en motocicleta para ver a su hijo tocar en la orquesta del admirado Troilo. Luego de la actuación y de la cena de rigor, el padre de Astor se despidió dejándole a Troilo las recomendaciones por su hijo debido a los peligros de la noche. Recordaba Piazzolla en el libro de Natalio Gorín: “Una noche no teníamos actuación, entonces yo le dije a la misma persona que había prometido cuidarme de todas las tentaciones de la noche: ‘Gordo, ¿qué le parece si nos vamos a ese tugurio que hay en Avellaneda, el Doble Tres, a ver si hacemos una diferencia jugando al pase inglés?’ Yo no lo tuteaba a Troilo, porque era siete años mayor, porque era el patrón y por la admiración que le tenía. Él sí me tuteaba a mí, pero estaba asombrado. ‘¿Dónde aprendiste a jugar a los dados?’ Entonces le conté que a los doce años me escapaba de mi casa de Nueva York para ir a timbear. El Gordo movía la cabeza de un lado para el otro: ‘Gato, vos sos el diablo en persona, que Dios te salve’. Volvimos a las cinco de la mañana del día siguiente, secos los dos.”

La audacia y sobre todo, su formación musical, llevó a Piazzolla a suplantar por momentos el primer bandoneón de Troilo y más tarde, comenzó a arreglar algunos de los tangos de la orquesta. En ese momento Piazzolla estaba estudiando con Alberto Ginastera y escuchaba constantemente músicos de la talla de Stravinsky y Bártok.

Azabache, un candombe de los hermanos Expósito, fue la primera obra que arregló para la orquesta; luego seguirían Inspiración y Chiqué.

Pero la orquesta de Pichuco era una orquesta para bailar, es por eso que Troilo simplificaba los arreglos de Piazzolla. Fueron cinco años intensos y ricos para Piazzolla pero él continuaba sus estudios y seguía creciendo musicalmente, dejó la orquesta de Troilo en 1944 para transitar nuevos horizontes.

“Mi afecto por el Gordo nunca se modificó – declararía – Quizás hubo una discusión, algún enojo pasajero cuando me fui de su orquesta, pero siempre nos quisimos mucho. Nunca decreció mi admiración por él, al contrario. El paso de los años me hizo valorar todo lo que hizo. No escribió una gran obra, por ahí son 25 o 30 temas, pero son todas joyas, una mejor que la otra. Yo agarro un bandoneón, toco La última curda y se me caen las medias. Si Troilo hubiera tenido una cultura musical mayor, ni me imagino donde podría haber llegado. Es posible que su intuición haya cubierto ese bache, incluso para convocar músicos y arregladores; siempre se rodeó de los mejores. Él mismo tenía la mejor partida de nacimiento, empezó de pibe con el Sexteto de Elvino Vardaro y Osvaldo Pugliese ¡Casi nada!”

Dos años más tarde, Piazzolla debutó con su propia orquesta en el Café Marzotto, ubicado en la calle Corrientes, entre Cerrito y Libertad. En esa época seguía estudiando y componiendo sonatas y piezas sinfónicas. Un profundo dilema surcaba por su mente, quería ser un compositor serio, renegaba del bandoneón y del tango, creía que era una música menor. Lo encandilaban las composiciones de Stranvinsky y de Hindemith. Escuchaba los grandes músicos de jazz, Stan Kenton, Oscar Peterson, le fascinaba su libertad y su capacidad de improvisación. Recién en 1955, en París, Piazzolla se dio cuenta de su papel en la música argentina cuando Nadia Boulanger le reveló su destino: sus obras clásicas eran irreprochables, pero carecían de sentimiento, de substancia. Su corazón y su obra estaban en los tangos que había compuesto y en su bandoneón, eran la prolongación de su persona. A partir de ese momento, si bien todo continuó siendo difícil, Astor Piazzolla allanó su camino para erigirse en un innovador y dejar una huella inolvidable en el tango y en la música argentina.

Cuando Piazzolla dejó la orquesta de Troilo se comenzó a hablar de una rivalidad entre ellos, pero los dos se querían e íntimamente nunca estuvieron distanciados. En una oportunidad, Troilo le mandó la siguiente esquela a Piazzolla: “Querido Gato: Siempre me he honrado con tu amistad. Mucho más ahora que ha pasado tanta agua debajo del puente. Ahora, repito, sólo me queda pedirle a Dios que te dé tranquilidad, y a mí que no me desampare. Algo hemos hecho para merecerlo. Te abraza, Pichuco. 19/6/67.” 

Tiempo después Piazzolla compuso la música, y Horacio Ferrer escribió la letra del ‘El Gordo triste’, homenaje a Aníbal Troilo que comienza de la siguiente manera:

“Por su pinta poeta de gorrión con gomina

Por su voz que es un gato sobre ocultos platillos

Los enigmas del vino le acarician los ojos

Y un dolor le perfuma la solapa y los astros…”

Mario Cuevas.

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