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jueves, 25 de abril de 2024
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A las penas hay que hacerles el amor

En la segunda luna del Me Encanta, Virus nos llevó de paseó por lo mejor de los ochentas.

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Ahora y siempre a las penas habría que hacerles el amor, aunque Virus haya pergeñado la canción que contiene esa línea, Hay que salir del agujero interior, en pleno nacer de la primavera democrática alfonsinista, cuando en modo termómetro social y tras años de oscuridad, el aún adolescente rock argentino descorchaba el poptismo con Virus como uno de sus arietes, justo la banda que sufrió como ninguna la dentellada de la dictadura, que desapareció al mayor de los hermanos Moura, Jorge.

La banda del tecladista y cantante Marcelo Moura, Julio Moura y el baterista Mario Serra, los tres miembros originales que permanecen en el bondi, más otro tecladista, otro guitarrista y un bajista, se presentó anoche en la segunda luna de esta edición del Me Encanta Bolívar con una andanada de hits de sus discos más exitosos, y ni una canción dada a conocer después del fallecimiento de su líder natural, Federico Moura, ocurrido en Buenos Aires en diciembre de 1988. Por más que Virus haya seguido sacando discos que, para decirlo sin eufemismos, les han interesado a muy pocos.

La pieza elegida para abrir el concierto, a las 0.49 de hoy, fue Imágenes paganas, acaso el máximo hit de Virus, el que podría sonar hasta en esas publicidades que penetran en los hogares argentinos, con Marcelo Moura en voz y el teclado disparado por pista, algo curioso en una banda que tuvo y tiene su fortaleza en ese instrumento, que sin embargo recuperaría su centralidad con el correr de la noche. Le pegaron un miniboque bien climático, una de las especialidades de la casa, con Tomo lo que encuentro y Sin disfraz, su arriesgada y sensible perla del consagratorio Locura, de 1985.

A esa altura, ya era mucha la gente que se había acercado al parque tras un comienzo más bien frío en la materia, aunque lejos del pico histórico de masividad alcanzado el jueves con La K’onga, cuarenta mil almas según los números que presentaron los poptimistas de la organización. La cifra oficial de concurrencia a la segunda jornada fue sensiblemente menor, diez mil, y en un noche más fría que la primera.

La excursión por lo mejor de los ochenta continuó con Dame una señal, Me puedo programar, Superficies de placer, No va más y Mirada Speed. Y sí, Virus fue uno de los grupos que cinceló la piedra sagrada y forever brillosa del rock nacional de esa década, cuando Buenos Aires era una fiesta de la que algunes se fueron a tiempo, con la gloria humedeciéndoles la piel como una brisa dorada, y a otros quemó mal, pero nadie pudo permanecer indiferente como si se tratara de un discurso del presidente Fernández. 

Los hermanos se reparten las voces, Julio fue el cantante en Superficies de placer, Mirada Speed y El probador, entre otras, casi incrustado a su sitial de guitarrista de delicados ‘chiches’, a un costado del escenario. El resto fue cantado por Marcelo, que con los años ha ido soltándose en el rol de frontman, aprendiendo a caminar el escenario, aunque lejos del carisma y la gracia del inolvidable Federico, un hombre alado ‘al que extraña la Tierra’, nacido para ser así: capitanear una banda exquisitamente pop por los escenarios del universo.

Para calentar el clima, que no terminaba de hilvanar al grupo con el público, descerrajaron un bloquecito rocanrol con El probador y Mi garaje, y ahí sí la cosa entró una combustión que, hasta el final, no pararía de desplegar musculatura.

Las canciones finales fueron Destino circular, Pronta entrega, Amor descartable y Hay que salir del agujero interior.

El sexteto sonó muy ajustado, lo mínimo esperable para tipos que juegan en Primera hace añares, y desgranó un concierto que fue de mayor a menor -siempre es la que va-, hasta meterse al público en el bolsillo con el último bis, Carolina, que coronó el segmento de tres ‘yapas’ después de Luna de miel en tu mano y Wadu Wadu, cuando transcurrían tres minutos de las dos de la mañana pero la multitud irradiaba sonrisas, alegría y energía como si fuese el mediodía y todo estuviera por hacerse -o por revertirse-.  

Antes del final de la fiesta, la célebre banda platense recibió la estatuilla del festival, encuadrado esta vez en los festejos de los ciento cuarenta y cinco años del Partido de Bolívar (otro reconocimiento más; estos muchachos han de tener más copas que el Boca de Bianchi, aunque se sulfure con el ejemplo mi amiga y colega Melitta Gómez), entregado por el intendente Marcos Emilio Pisano enfundado en buzo sobre la rendidora remera blanca.

Tal vez Virus ya no tenga un corno que decirle al futuro, pero a nuestro mejor pasado ochentoso ayudó a escribirlo, y con eso tiene suficiente para justificar su permanencia en pista. Quién mejor para recrear ese repertorio, un corpus de canciones necesario, que sus propios autores, los que estuvieron en la cocina y compartieron hornallas, ingredientes y enseres con ese chef genial, refinado y sutil como ninguno antes ni después, que fue Federico, siempre tan Federico, el hombre alado ‘al que extraña la Tierra’, justo en el año del aniversario treinta y cinco de un adiós que dejó un hueco imposible como un cráter. Tal vez por eso su plan actual sea ‘palo y a la bolsa’, y no porque toquen heavy: ir a lo seguro sin arrestos vanguardistas, para poner a todes a bailar, recordar y reverdecer, a sentirse tan jóvenes por un rato otra vez. Total, el ufano renglón de la novedad ya está bien cubierto por otres, los que ahora toman su turno de hacer lo que Virus hizo ayer, con una finura que algunos creían frívola, liviana como una brisita de abril: patear tableros sin resignar belleza.

Chino Castro

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