15 de diciembre de 2025
Vivió allí seis meses, como trabajador bancario.
por
Chino Castro
El prolífico Carlos Gerardo Romano, una verdadera máquina de escribir vernácula, no detiene su motor y ya tiene en la calle su nuevo libro, titulado 'De Guipúzcoa a Puerto Deseado', en el que refiere experiencias personales que de muy joven protagonizó en ese pueblo del sur argentino, donde vivió seis meses enviado como trabajador del Banco Nación a la sucursal del lugar.
El volumen vuelve a ver la luz por talleres gráficos El Impresor, como todo lo que ha publicado Carlitos, bajo la tutela de Yamila Asín, que además de imprimirle los libros le diseña las tapas y lo asesora incluso en lo literario, al punto que a esta altura ha alcanzado el fundamental rango de "alma" de su carrera como escritor, en palabras del propio autor. Son ciento dieciséis páginas, y la obra está a la venta en Mundo Gurí.
Romano, que nació en Villa Urquiza (CABA), ingresó al Banco Nación a sus diecisiete años. En Urdampilleta, donde se había radicado con su familia a sus nueve. De allí, dos años después, lo trasladaron a Bolívar, y de acá al lejanísimo Puerto Deseado, en Santa Cruz.
"Tenía que ser alguien soltero y que entendiera algo de Bancos, entonces me mandaron a mí", recordó el autor.
Tras un periplo que resultó "una auténtica odisea", porque sus mandantes no lo habían anotado "en ninguna parte" y debió moverse en tren, prácticamente al tun tun y "haciendo trámites" a cada tramo, Carlitos arribó a Deseado. Era viernes, el lunes tenía que incorporarse al Banco, no conocía a nadie ni tenía dónde dormir. Pero como suele ocurrir en estos casos, la urgencia se cruzó con una solución: un trabajador del Nación que en horas sería su compañero de trabajo estaba esperándolo, listo para ayudarlo a organizar su llegada a un lugar para él inhóspito. Ese fin de semana lo llevó a reuniones y le presentó gente, de tal modo que en su primer día de labor en el Banco ya conocía -para sorpresa de sus nuevos compañeros/as, ¡que no lo conocían a él!- a unas cuantas de las personas con las que tendría que tratar los próximos meses, que naturalmente eran clientes de la casa crediticia estatal.
En esas primeras jornadas le tocó atender a un español, con el que terminaría vinculándose. "Comíamos en la misma fonda, y ahí terminamos de conocernos. Él decía que yo ("el largo éste", me decía) era parecido a su hijo, y quizá por eso le caí simpático", recordó Romano. El oriundo de la península ibérica estaba en Deseado contratado para cuidar a un hombre con problemas mentales, que vivía solo en una estancia. "En el pueblo decían que había enloquecido leyendo libros de magia". Su nuevo amigo le contó todo esto al bolivarense, y también la historia del supuesto demente. El asunto es que Carlitos relata todo esto en su nuevo libro.
En otro capítulo o pasaje, hace referencia a una relación amorosa que mantuvo esos meses con una piba de allá, una mujer hermosa a la que jamás olvidó. "Ella me quería conocer y yo no quería saber nada, porque sabía que me iba a volver. De todos modos, cuando Dios mueves sus hilos... Así fue que nos conocimos, anduvimos de novios unos cinco meses y luego yo tuve que regresar (a Bolívar). Eso fue muy bonito, y está contado tal cual", promete Romano.
Ya él en nuestra ciudad, aquella piba le envió dos cartas, a las que su destinatario hace mención en capítulos del volumen lanzado estos días.
Habla también Carlitos en su nuevo libro de "las costumbres de Deseado en aquellos años. Por ejemplo no había carne de vaca, era un una suerte de milagro cada tanto. No había gente que supiera cortar, a los borregos los trozaban con una sierra para madera", recordó, adelantando contenido de la obra actualmente en circulación.
A aquellos personajes del Puerto Deseado que frecuentó en sus seis meses allá, no los vio más ni tuvo noticias suyas. Tal el caso de José Egaña, el vasco que cuidaba al hombre con problemas mentales, y que en ese entonces tenía cuarenta años. "Recuerdo cuando nos despedimos con José: el me dijo que me olvidara de Deseado, de lo vivido allí, pero se refería a la historia de amor que había protagonizado, me estaba aconsejando olvidarme de la chica", puntualizó el escritor, que no pudo hacerle caso y jamás la dejó atrás en su memoria emotiva, como tampoco al propio Egaña y a toda aquella gente que lo marcó a fuego a sus 19 años, en el ya remoto 1959 que él llevará en su piel hasta su último día en este 'barrio'.
La pieza está escrita en tono coloquial, como quien charla con el lector. "Es como un cuento", aseveró su autor.

En otro orden, en estos días Romano dio a luz cuatro cuentos cortos, de unas treinta páginas cada uno, con los que Yamila Asín imprimió sendos libros (la ilustración de tapa también fue pergeñada y confeccionada por Yamila) que están disponibles en el café de Néstor Calvo, en avenida Brown, para quien guste acompañar la infusión con la lectura, algo típico de los bares porteños pero que no es clásico entre nosotros.
Son cuatro obras mitad ficción y mitad realidad, ya que si bien narran episodios creados por Romano, entre los protagonistas van a aparecer referencias a algún que otro vecino real de la historia lugareña, como así también a lugares típicos de nuestro pueblo, como plazas y otros. En uno de los cuentos irrumpe la figura del 'Juancho', un personaje ya habitué de los libros de Romano, cuyo sello está dado por imprimir pinceladas cómicas a lo que se relata.
Estas obras breves también se hallan al alcance de la mano en la sala de espera del consultorio odontológico de Juan Manuel Silvestre.
Por fuera de todo esto, Carlos Gerardo Romano ha seguido escribiendo. Incluso contra el desasosiego que lo embargó hace unos meses, del que se sobrepuso letra a letra, oración a oración, párrafo a párrafo, página a página y libro a libro. Hoy prepara su próximo envío, que será protagonizado por un sacerdote al que el lector también asemejará a alguien que vivió y actuó entre los bolivarenses. Pero antes, publicará uno que ya tiene listo y espera la 'luz verde' en el taller de impresión, titulado Mi Torrecita, dedicado al que considera su pueblo natal, Urdampilleta (aunque se radicó allí a sus nueve años, como mencionamos), y del que hablaremos en estas páginas en otra ocasión.
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