24 de septiembre de 2025
Del brazo de Sonos del Sur, y con Sinfonía Coral, volvió el Polifónico.
por
Chino Castro
Corren tiempos difíciles y el Polifónico los conjura cantando y, mejor aún, arriesgándose a encarar una obra brava en yunta con una orquesta de cámara, lo que le pone las cosas aún más empinadas pero también más interesantes, en términos artísticos. Y todo cierra con moño si, como pasó el domingo en la función estreno de Sinfonía Coral -con núcleo en Piazzolla-, sale bien parado de tamaña encrucijada.
A sala llena, y mirá que en el Coliseo caben unas trescientas cincuenta almas, el grupo dirigido por Vicente Pérez alzó su voz por primera vez este año en casa y después de un largo callar, y ello per se significaba un montón para una de las marcas registradas artísticas vernáculas, de esas que abraza una buena cantidad de gente al punto de militarla, un tesoro que entre nosotros casi nadie puede ostentar. Lo hizo en sociedad con el sexteto de cámara Sonos del Sur, de Olavarría, retoño de la Sinfónica de allá, y para abordar una selección de páginas de Piazzolla, el compositor que las partes del espectáculo convinieron óptima para convergir. Sinfonía Coral, con su agregado en letra chica de 'el canto siembra, el alma recoge', se tituló esta aventura que implica para el Polifónico -y seguramente también para Sonos del Sur- un peldaño de crecimiento en una temporada compleja, como decimos en la bajada de este artículo y basándonos en los conceptos vertidos por el director hace unos días en exclusiva con nuestro diario, cuando dio a conocer que hoy el grupo se ha visto compelido a autofinanciarse y procurarse recursos económicos a través de movidas como vender empanadas caseras los fines de semana. Una actividad tan noble como poco artística para gente que no se dedica a la cocina, pero conviene entender que estamos en una Argentina en la que demasiados compatriotas, tantos como para entronizar a alguien presidente, esgrimen -y como si fuese un argumento- el patético retintín del 'agarrá la pala' para estigmatizar a los hacedores culturales y macularles su entidad de ciudadanos/as. Rompió el celofán de la expectativa el grupo anfitrión con su delicadeza habitual, esa que su público no olvida aunque lo vea poco. Eligió para ello un set de cuatro canciones, la primera una nueva versión de Libertango, obra que han hecho pero sin esta introducción que Horacio Ferrer le escribió a fines de los años ochenta, muchos años después del estreno oficial de la canción; Se puede, de Teresa Parodi, y El viejo varieté, de María Elena Walsh, dos rescates del espectáculo en tributo a mujeres argentinas compositoras que el grupo vocal ofreció hace unos años. Flotando entre ellas, sonó Todo cambia, el clásico de Numhauser. Las voces, unas veinticinco, fueron acompañadas por Franco Exertier en percusión y Fabricio Di Paulo (Henderson) en bajo.
En la continuidad de lo preparado le llegó el turno a Sonos del Sur, alineación olavarriense que espolvoreó piezas de autoría de uno de sus integrantes, el violinista Daniel Rodríguez: el candombe Sudestada porteña; la canción de cuna Pequeña melodía indígena; el tango canción Ángel y el tango ¡A bancarla, che!, estructuraron su menú. Una serie de obras que nadie conocía y de una música que no te hace 'mover la patita', pero de un valor artístico que es para agradecer dado que, si uno considera que para vivir mejor es tan necesario alimentar el espíritu como el cuerpo, lo que nos convidó Sonos resulta un alimento necesario, aún con esa 'nervadura periodística' que, aplicado a lo artístico, tiene ese adjetivo con su carga utilitaria.
Desde esa óptica, fue un acierto incluir en una propuesta del Polifónico a una banda de esta índole, que si se presentara sola en nuestra ciudad no sería vista jamás por trescientas cincuenta personas. Una manera, bien musical, de hacer patria dando de comer lo mejor, que casi nunca es lo primero que aparece en góndolas.
Pero lo más rico fue servido al final, mediante el maridaje en escena de los dos conjuntos para recrear un puñado de perlas de Astor, ellas son Los pájaros perdidos (también el único bis de la noche; obra compuesta en sociedad con Mario Trejo), Chiquilín de Bachín (con Ferrer, su cumpa ideal), La muerte del ángel y Balada para mi muerte (también con Ferrer).
Sinfonía Coral no es una propuesta condescendiente con el público, al no contener piezas que, si uno tuviera en manos el poco simpático 'popularómetro' (por suerte no existe, pero ponele), miden menos que otras que ha cantado el grupo de Pérez en otros de sus espectáculos de estos años, y tampoco da lugar a la intervención de solistas, algo siempre tan bien recibido por los auditorios de coros. Sin embargo, como su gente indudablemente sabe a qué juega el conjunto que va a ver, lo valoró y lo premió el domingo con sus aplausos y su agradecimiento, renovándole un voto de confianza cuando parece que ya nadie quiere creer en nada: es que para el Polifónico todos los años hay reelección.
El sonido estuvo a cargo de Pablo Bríguez, de Diego Sarchione la iluminación y auspiciaron algunas firmas comerciales de la ciudad.
Un pacto para vivir, dice la hermosa canción de la Bersuit, en la voz del cancelado Gustavo Cordera, que tan bien le queda. El conjunto conducido por Vicente Pérez podría remozar la letra, incorporándole el crecer y el seguir. Finalmente, de eso se trata esta Sinfonía Coral: de crecer viéndoselas con un nuevo desafío artístico, para que seguir tenga sentido y no se vuelva afinada (pero no afilada) rutina.
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