25 de junio de 2025
Litto Nebbia brindó un muy buen concierto en Dublin.
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por
Chino Castro
Cuando lo clásico se elabora con un touch nuevo o fresco adquiere un sabor insuperable, se trate de comidas o de canciones, y eso es lo que vino a servirnos el gran Litto Nebbia el sábado a Dublin irish pub, de la mano de Cable a Tierra: piezas clásicas con un aroma renovado, junto a un racimo de canciones desconocidas para el gran público pero que guardan esa textura única de la 'cocina' de su autor, por el peculiar maridaje de rock, jazz, tango y ritmos latinoamericanos, como la bossa nova y alguno más que aromatizan sus elaboraciones.
Nebbia volvía a la ciudad después de dieciséis años. Aquella vez fue en la vieja (y entrañable) Vizcaína, y ahora en un Dublin no abarrotado de gente pero sí con un buen marco dispuesto a escucharlo con el recogimiento con el que se va a una misa, sabiendo muy bien de quién se trataba. Sin embargo, Litto desarmó de entrada toda pleitesía con una sencillez poco frecuente en las celebrities del mundo del espectáculo, sin despliegue a su alrededor ni gestos o palabras que denotaran que inventó nada.
Actuó solo, una mitad del concierto en piano y la otra en guitarra, y cantando durante toda la noche con una voz que lució en excelente estado. Deja que conozca el mundo de hoy, Más que loca, Si te vas, Está en tus manos y Un hombre, un amanecer (dedicada a su amigo Rubén Rada, con quien allá lejos compartió un disco), fueron las primeras que nos regaló. Intercalada en este manojo, el tangazo Como dos extraños, una 'pilcha' que le quedó 'en talle', porque justamente otra de sus condiciones es armonizar a sus moldes cualquier cosa que caiga en sus manos y garganta, como el futbolista que la para y juega bien aunque se la revolee un 3 picapiedras.
Durante un concierto de aproximadamente una hora y media, el rosarino cantó algunas canciones que llevan letra de otros autores, casos Cuando yo me transforme (pluma de Juan Carlos Ingaramo), la mencionada Si te vas (del español Juan Mari Montes, un socio reciente suyo), Mi corazón y yo (Eduardo Mignona) y el bis de la noche, la emblemática Quien quiera oír que oiga (también con texto de Mignona).
Nebbia condimentó su presentación con anécdotas sobre algunas de las canciones que elegía casi 'in situ' (se sentó al piano muñido con una carpeta de cien que tiene 'en dedo'), lo que contribuyó a brindar calidez al espectáculo. Pero la dinámica que planteó consistió en tocar mucho y hablar poco. Acaso su modo de correrse del lugar del consagrado que mira desde algún peldaño para ubicarse más cerca del impulso de alguien que 'recién empieza', y todo un gesto artístico de un tipo ya hecho que sin embargo sigue componiendo, grabando y saliendo a la ruta a tocar en todas partes con la sed del iniciado, de alguien que no puede hacer otra cosa que ejercer el imprescindible oficio del juglar (vayan aplausos para ellos todos los días desde nuestras ventanas, lo mismo que con los médicos). Un 'ayer nomás' que continúa siendo, sesenta años después, una flecha hacia el futuro, más en línea con el 'siempre es hoy' de Cerati que con la pulsión fosilizada (permitime el oxímoron) de alguien ya dedicado a cosechar.
Como cabía prever, los segmentos más celebrados de la noche florecieron cuando arrojó precisos centros al público, verdaderos zarpazos de refrescante melancolía al corazón de quienes oían porque querían oír. Fue a través de una selección de temas de Los Gatos, su primera banda y la que abrió los portones para que nuestro rock comenzara a alejarse del rincón del nicho comercial, en una carrera desenfrenada que lo llevaría en los ochenta a explotar como la banda de sonido del pueblo argentino (después de Litto, con Sui Generis Charly pegaría la patada definitiva): Ayer nomás (es de Moris y Pipo Lernoud), Viento dile a la lluvia, El rey lloró, La balsa (de Tanguito y Litto), Mañana (los tres últimos en secuencia) y las menos populares Dónde está esa promesa y Sueña y corre, penúltima canción de la noche.
El setlist se completó con Distraídos, Canción del horizonte, Canción para los inocentes, Nuevo plan y Memento Mori, tema con letra de su exmujer, Mirtha Defilpo, y uno de los pináculos de una ceremonia redonda en términos musicales, con un Félix Francisco Nebbia que mezcló etapas y proyectos a su antojo con el hilván de su buen gusto y su rozagante presente como intérprete, más allá de esa maldita doble quebradura que sufrió hace casi dos años que lo obliga a andar con bastón y asistente. (Otro culmen fue Si te vas, la tercera del recital, que en España grabó nada menos que Ana Belén. Pero es cuestión de gustos y cualquiera podría elegir cualquier otro bocado de un 'menú' bien parejito).
Tras el show, el público se acercó a felicitar al artista y agradecerle, sacarse fotos con el él y pedirle algún autógrafo. Nebbia, que en escena cultivó una curiosa empatía ya que se mostró cálido pero casi nunca estableció contacto visual con los concurrentes, cómodamente sentados a sus respectivas mesas, brindó sin apuro su tiempo a quienes lo abordaron después, y eso que aún no había cenado.
El sonido estuvo a cargo del eficaz y siempre peinado Sergio Ramírez, una garantía de calidad, y todo lo demás, pensado, montado y ejecutado por la productora de Daniela López, también lució a la altura de una cumbre artística como fue la presentación acá del considerado padre del rock argentino.
La segunda vez del rosarino en nuestra ciudad: "Pasaron unos cuantos años, ojalá nos volvamos a ver más pronto", expresó el propio músico en su despedida, y los/las que estuvimos allí no podemos más que coincidir con su deseo.
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