9 de junio de 2025

OPINIÓN

OPINIÓN. Último bondi a Finisterre

Se conmemoró el sábado el Día del Periodista.

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por
Chino Castro

Arrinconado por la frivolidad de los imperativos publicitarios, la gula empresarial y la sibilina operación política, el periodismo resiste como un horno a leña en una vieja panadería de barrio. Como esas cosas que van desapareciendo y son miradas con ternura, un inofensivo wincofón, ponéle, la estoica bicicleta de mi amigo el 'Mono' Alabart.

No hablemos ya de su teórica motivación original de desnudar el poder: alguien observó hace más de un siglo que "creíamos que la prensa serviría para revelar" lo que le ocultan al pueblo, "pero vemos que lo que hace es impedir que se vea/sepa", y hoy es peor porque de lo que el oficio se ocupa es de plantar mentiras donde debería florecer una verdad. Así nació la posverdad, que no es otra cosa que una mentira que muchos creen al unísono, y en base a ello deciden algunas cosas pero nunca cambiar el mundo. Una estentórea sinfonía de falsedades de inspiración bufonesca al servicio de los explotadores y su cohorte de terratenientes con maceta, jamás de los explotados. Y ahora con una nueva herramienta a la mano: la Inteligencia Artificial.

Ya en aquellos años la noticia comenzaba a ser convertida en mercancía, hoy es uno de los productos mejor acabados del capitalismo. El periodismo es la policía escrita y oral del poder real, existe para cuidarle las espaldas, y el pueblo que lo mire por tv (o plataformas). Incluso en pro de esta tarea con nada de patriada, hay quien 'pide la pelota' listo para hacer cualquiera, a contramano de aquella sentencia de Kapuscinski de que no se podía ser buen periodista sin ser buena persona. La decencia no hace ruido, en la era del periodismo de espectáculos hay que sonar fuerte, no importa si bien, que afinen los cantantes, los patovicas pegan sin armonizar. Ulises Barrera, el sabio que hablaba bajito, ha de estar revolviéndose en su morada final, y si Ezequiel Fernández Moores no gozara de un lugar ganado, no tendría aire ni para dar el parte del tránsito. Como tampoco Víctor Hugo, Cherquis ni Aliverti, ya que la búsqueda de la excelencia, el afán preciosista del que entiende al periodismo como un sucedáneo del arte, comprendiendo a la par que la estética es -sin excepción- ética, se llevan mal con el apuro y la histeria del panelismo.

Contrariamente transitamos el tiempo de la comida rápida, que suele ser chatarra pero engaña a la panza y ayuda a pasar el rato: mucha caloría y poca proteína. El periodismo de espectáculos conduce a que los trabajadores de prensa se consideren stars, y si algo no necesita la materia periodística es semejante tonelaje de lentejuelas estrangulándola. Es un modo de ejercer el oficio que abomina de los matices: se juzga, como si fuéramos jueces, o se lisonjea, como si fuéramos publicistas. Militancia pura y dura; la emocionalidad al recontra palo, y que el 'balero' se quede quietito.

Por otra parte, la paga en los medios tradicionales en general es tan baja, que A: produce que, aún cuando constituya una pasión los laburantes dejen el oficio o lo rebajen a la categoría de laburito extra, y sin ir lejos en Bolívar hemos perdido a gente valiosa, o B: los constriñe a transformarse en empresarios fundando su propio emprendimiento, para salir personalmente a disputar la torta publicitaria -la comida-. Es entonces cuando el viejo traje deja de calzarles: nadie puede estar al servicio de los de abajo si recibe de los de arriba.

Paralelamente, el advenimiento de la 'dictadura tecnológica' ha provocado un espeluznante desdén por el contenido, de rodillas ante el packaging. A nadie le interesa la higiene de lo que vamos a comercializar, sino cómo hacerlo, cuán lejos llega la flecha con que contamos. Y en derredor a ello gira la mayoría de los debates que antes eran sobre periodismo: subordinar al contenido el uso de los recursos tecnológicos te convierte en un indigente profesional, pero nadie le exige nada a quien la O con un vaso le sale cuadrada. No hablemos ya de ayudar a pensar, de provocar, de mover el avispero de las ideas: ahora la obligación es impactar, ametrallando por una multiplicidad de bocas. Una suerte de "el domingo hay que ganar como sea", como pregonan en el (mal) fútbol. La accesibilidad a los instrumentos que provee la tecnología, en teoría democratizadora por promover un 'cualquiera puede hacerlo desde casa, ser su propio jefe y encarnar el sueño dorado del sujeto emprendedor', ha ido suprimiendo puestos de trabajo a un ritmo desolador, de modo que en los medios de comunicación ya no quedan editores, fotógrafos, armadores ni diseñadores.

La calidad sufre, ¿pero a quién carajo le importa? Sería toda gente que sobraba, que se colgaba de la teta de la noticia, que se embarazaba por un plan, ¿te suena?

En cualquier momento alguien arrojará la toalla, y los últimos periodistas abandonarán el ring con su librito de recetas artesanales que ya no le interesa a nadie.

Sin más, sería bien sencillo preguntarse para qué sirve el periodismo cuando la verdad no vale nada, porque es la propia sociedad global la que ha decidido que sea así, hábilmente embaucada durante décadas, por convicción o indiferencia. Qué sentido tiene hablar de fuentes, de información oficial, de dato chequeado, si la verdad es una vieja meada. Lo mismo que correr tras la primicia, cuando todes saben todu por las redes sociales, cloacas infecciosas casi siempre que se trata de manifestarse sobre material periodístico. Buscar la primicia languidece como un imperativo del viejo oficio, pero atrasa tanto como salir por los kioscos a la caza de un Tubby 3.

Aunque, siendo estrictos, lo que 'garpa' ahora no es buscarla, sino inventarla. El precepto debería ser el análisis, diseccionar lo que pasa, pero poco arraigo podría lograr esta opción cuando, por goleadora mayoría, intoxicados de binarismo los pueblos han elegido no detenerse a complejizar, sentenciar sin perder el tiempo en algo tan aburrido y poco productivo como reflexionar.

No sé si digo bien, no sé si estoy hablando a tu corazón, como diría Charly, pero sí que estoy hablando con mi corazón.

Así las cosas, y como siempre quedarán entresijos por donde filtrar aunque sea unas gotas de un líquido noble que corroa, como trabajadores de prensa ha llegado la hora urgente de elegir de qué lado de la grieta nos paramos: del de los cómplices de la degradación como especie que nadie sabe adónde puede llevarnos, o si esta vez podremos sobrevivir (plantear un para qué ya sería demasiado ambicioso), o del de los que no poseen voz, pero sí una antorcha deseosa de ir hacia donde titila la verdad. Así seamos un estornudo en un huracán, la invitación está vigente porque como dijo Atahualpa, la arena es un puñadito, pero hay montañas de arena. El desafío de la dignidad, que consiste en no rendirnos, que poéticamente deberíamos graficar como ser capaces de aguantarle la mirada al invicto Rodolfo Walsh, con sus manos abiertas sigue esperándonos.


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