8 de junio de 2025

COLUMNISTA

COLUMNISTA. De esto y aquello

Nota 1671 - (6ª Época).

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por
Dr. Felipe Martínez Pérez

Habíamos comido unas fresas y ya teníamos unas cuantas setas, cuando a mi abuela se le ocurre de golpe y mientras estaba ensimismado juntando manzanilla, que me dice y ahora como volvemos a casa. A esto debo decir que estábamos en el bosque. En el bosque de mi pueblo, que todavía tiene la impresionante vegetación como en los cuentos. Y en este cuento de verdad, yo tenía cinco años cuando mucho, puesto que a los seis ya estaba en Logroño para ir al colegio, Y le contesto que nos guiamos con la campana de la iglesia, pero me contesta que a las tres de la tarde no hay misa; y además hay mucho viento que desmelena el sonido. Por otra parte, mi abuela que era de pocos cuentos, no hizo mención ni a Hansel ni a Gretel, que de alguna manera venía al caso.

Aunque es seguro que la geografía que pisábamos tenía sus propios cuentos y la mayoría de verdad. Es cierto que hubiera sido fácil y hasta poético recordar que hay pájaros que se comen el camino. Y eso sí, bien podrían haber sido las piedritas haciendo camino, pero la abuela iba a decir que tirando a grandes mejor. Entonces hay que buscar algún hilito de agua que baje al arroyo y pasa por el pueblo. Y mi abuela se puso muy contenta porque es ancestral que en la montaña y en el bosque se aprende de las clases cotidianas y estando atentos a lo que hablan los mayores y a preguntar, que nadie se enoja, porque es la manera de aprender a subsistir. Que en los bosques algo se come; pero también se muere.

La última vez que entré al bosque hace unos diez años no me atreví solo y le pedí a Julia si me quería acompañar; y guiar. Julia es una de las cinco hermanas que viven -vivían- en una casa solariega y enorme y desde la cual se ve de maravilla la otra ladera, con sus casas una al lado de la otra para sostenerse; y de este lado se ven los tejados y sobre todo parte de ellos en la propia por los desniveles y los tres pisos. Y que fue construida por su padre que era excelente albañil y amigo de mi padre que también era excelente. Excelentes hombres y excelentes albañiles.

Y eran por sobre todo amigos y esa amistad en la lejanía la truncó la guerra, pues a él le toco fusilamiento y a mi padre también, pero lo salvó un Polikarpov I que apareció cuando ya estaban en el campo listos y entre las flores, para pasarlos por las armas. He andado y revisado como homenaje al recuerdo que me guía por esos caminos burgaleses hacia el norte; y es sin duda, donde abundan las flores y los perfumes de la montaña. Pues bien el Polikarpov I después de varias pasadas solo quedaba el fuego en los camiones. Y no quedó nada pues todo el convoy ardía como en las películas y volvieron a Burgos porque si bien el capitán, empecinado, quería terminar el trabajo, el sargento se impuso a punta de pistola porque había sido la Providencia. Ya lo he contado. Julia no tuvo ningún Polikarpov y se quedó sin padre como las demás; y todas me reciben con alegría; pero no soy yo el que llega, sino mi padre. Y el recuerdo de cuándo todas eran jóvenes. Julia era la maestra del pueblo.

Pero el asunto es que Julia, como era de esperar me acompañó al bosque con el marido de la única casada, y con la escopeta que también fue al bosque; y estaba como siempre. Al entrar te invade el canto de los pájaros. Y al continuar andando todos se callan y se escuchan los de adelante que callan cuando entras en su territorio. Y es sobrecogedor. Y continuas y hay momentos de oscuridad y otros de claros luminosos y los pájaros y las setas y las flores y los piñones y las moras; y el lobo. Todo es más alto o más bajo, todo es oscuro o luminoso, y es que cambia a medida que entras o sales porque en el bosque de verdad hay que saber situarse y orientarse. Pues bien en un claro estaba el arroyuelo que venía de las alturas, las cuales no se veían.

Pero en la ladera, estaba el "dique" que mi padre, al igual que los castores, había hecho con ramas en retejidas y barro cincuenta o sesenta años atrás. Una especie de bolsillo, a la manera del nido de golondrina con el cual regaba una minúscula huerta que estaba al borde del río por llamarlo de alguna manera y que pasará por el pueblo y aguas abajo se ha de convertir en el Iregua, afluente del Ebro ya en Logroño. O sea, 47 kilómetros que llevan en el agua el recuerdo de mi padre y los consejos de la abuela. Y los bellos cuentos en el bosque de verdad.

Y era todo tan bello lo que nos circundaba que en ningún momento pensé en que era un lobo el que nos miraba sin moverse y en total silencio, aunque algo barruntaba por la nariz, que era, como más respingada que la un perro y oscura. Pero me pareció un perro. Y hermoso. Eso sí, nunca he olvidado los ojos que, quizás han sido los más bellos que me ha tocado ver. Porque a no más de diez metros los ojos se ven muy bien y entre los helechos gigantes que solo dejaban a la vista lomo y cabeza. Y ahí plantado y orgulloso; y nosotros a su merced, pero nada hizo. Como si hubiera pensado que un niño con su abuela era un paisaje hermoso. La única que se asustó por decirlo de alguna manera fue mi abuela que me tomo de la mano y salimos para el pueblo por donde ella sabía de memoria el camino. Eso sí por la margen derecha del arroyo y entre las moras.

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