20 de abril de 2025
por
Dr. Felipe Martínez Pérez
Por lo regular, ocurre, que cuando la historia cae en cifras que resaltan los grandes hechos, como descubrimientos, batallas u otros asuntos de gran calado, olvida contar el camino que se ha hecho al andar. La trama en que se han desenvuelto las cosas y las vidas que las han llevado a cabo. Olvida en suma, el esqueleto de la faena, el lugar que ha tenido asiento y nacimiento. Y esa urdimbre grave, tibia y afectiva que queda ausente en múltiples oportunidades hay que ir a buscarla al arte, porque sin duda los artistas tienen la palabra primigenia de ese contenido que no aflora y que es historia, pero que corre por debajo de ella y la sostiene; y alienta. Tal el caso de la novela que se alza como una señal de importancia histórica. Amén de que la novela siempre es histórica más allá de su valor literario, e incluso aunque pretenda olvidarla.
Sucede que no podría ser de otra manera, pues cuando los artistas lo son de verdad, aparecen sumergidos hasta los tuétanos del acontecer diario. Y a sus altas antenas, prestas y orientadas en derredor, no se les debe escapar nada. Por un lado una manera de ser fieles a su tiempo y por otra dar testimonio de esa fidelidad. Fieles a ellos mismos y fieles a su época. Mostrando el oro y el barro en que viven o aquello que perciben de la vida que les rodea. Los novelistas y también los pintores, entre lo más destacado del arte, hacen más clara y con mayor calado de aquello que sustenta la historia, que no es otra cosa que la intrahistoria, feliz vocablo inventado por don Miguel de Unamuno. Es decir, lo cotidiano, lo que no se muestra pero le proporciona sustento, al dar a luz, hábitos, costumbres, ideas y tantas cosas que darán la pauta de cómo vivían aquellos hombres y mujeres, que llenan los episodios de la vida y la novela en grandes caracteres.
El hombre como personaje y el anónimo que lleva a hombros al personaje. El hombre obscuro y cotidiano que en última instancia es el motor y el verdadero hacedor de la historia. En ese sentido es, que el arte señala caminos y abre el rico abanico de los pormenores. Se puede saber mucho sobre aquella España, en cuyo imperio no se ponía el sol. Sin embargo, se ha de profundizar en múltiples resquicios llenos de vida para entender el momento y para ello nada mejor, entre otros, que Cervantes y su Quijote. Otro tanto acontece que las novelas de Fielding para entender con mayor soltura lo que ocurría en la Inglaterra del diez y ocho. Tal es así que dan ganas de decir que tanto las vidas de don Quijote como de Tom Jones -que tanto debe al primero- transcurren en el camino real que es donde al fin y al cabo despereza la vida; y ello sin caer en el hecho de que la vida misma es camino.
El camino real que es escenario de la vida. Y en ambos prima la acción porque hay que apostillar que la vida es acción. Y en ese movimiento está el salto que se hace inteligible, y en ese aliento su delata el tiempo y el carácter de la época. Por ello estos dos autores nos dan sin afeite alguno, la intrahistoria que hierve en los países. Por la historia nos podemos enterar como pensaban o que hacían, por ejemplo, quienes comandaban las naves que orzaban hacia Lepanto, hacia la batalla más grande que jamás vieron los siglos pasados o venideros. Ahí están los sueños de quienes mandaban la misión, pero los sueños, miserias, sacrificios y miedos de los que obedecieron, aquellos que el torso desnudo y negros de humo morían o sobrevivían a los cañones y arcabuces, esos no están en la historia. No se oyen sus gritos, ni del soldado ni de quien rema.
Y sin embargo, tenían sueños y vida. Al fin y al cabo su único tesoro y lo único que conservar o perder. Y esto es lo que va a recoger el artista. Los sueños y patencias de estos hombres que tanto aparecen como lienzos periódicos por el libro insigne o en la Gitanilla. Que sabe ese hombre que se bate en popa con el turco, de la fama del acero toledano al batirse con una cimitarra. Sin embargo, aparece en la lucha con el mismo temple de su espada. Este hombre anónimo antes de salir para la batalla pasó por la plaza y vio a Preciosa que, a la vez que sonaban sus sonajas se lleva sus ojos en el canto, y se lleva las almas todas, de cuantos miran y admiran, su devoción y pompa. Esos otros que guardan sus espadas semejan a Rinconete y Cortadillo y buena parte, de los que andan por cubierta o yacen caídos, han salido del patio de Manipodio.
Estos son los hombres que no salen en los partes pero aparecen en los cuadros y las novelas. Y por su intermedio se conocen los menores detalles y los gestos que parecen insignificantes, pero que su momento daban cima a la faena. Una faena que se llama historia y que las gentes la escriben con sus vidas. Cuando Fielding escribe su Tom Jones, don Quijote tiene ya siglo y medio de andadura, pero el espíritu es el mismo en su urdimbre. A caballo con Tom columbramos la historia de Inglaterra. Por las verdes campiñas andan los caballeros y los aventureros, los lacayos y los escuderos. Las damas distinguidas y sus azares y azafatas; y las tabernas, los juegos y los truhanes. Están los hombres obscuros y su sed de aventuras y la vida, que se acrecienta y asume a medida que hacen camino. No está en la historia pero hacen la Historia.
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