7 de septiembre de 2020
“Hay que tener muy poca idea de lo que es la libertad para pensar que una mascarilla puede quitártela”, escribió hace pocos días en una red social, un amigo español que no viene a cuento quién es.
Es que venimos dándole vueltas a esto de la libertad a partir de los decretos de aislamiento (ahora sólo distanciamiento) como consecuencia de la pandemia de Covid-19 y los cuestionamientos con matices o sin ellos, a las decisiones de los gobiernos frente al tema y la comunicación del riesgo, que en este caso con mayor incidencia, se ha transformado en la principal decisión política.
No llama la atención que en el pico de la pandemia, los estados hayan decidido “abrir”, cambiar fases y elaborar a las disparadas los protocolos que permitan a los distintos sectores terminar con el absolutismo de la cuarentena (que nunca fue tal!). Parece un absurdo, una contradicción, pero es que la parte de la ciudadanía que marca el ritmo del humor ha decidido ser rebelde y reclamar por sus derechos: salir a tomar un café, reunirse con amigos (pero no nos digan con cuántos, o pataleamos!), salir a correr (es notable la cantidad de “runners” que hay en todas las ciudades), caminar sin usar el tapabocas, llenar las calles y veredas casi compulsivamente como ostentando un grado de rebeldía que asombra. Y si los gobiernos no acceden a esas demandas corren el serio riesgo de que su autoridad política pierda la poca legitimidad que les queda en muchos casos.
Que si esa rebeldía se usara para imprimir cambios estructurales en pos de aquello de “Los señores de la mina/han comprado una romana/para pesar el dinero/que toditas las semanas/le roban al pobre obrero”, otra sería la página que estamos escribiendo. Pero lejísimos de eso, las revueltas del contexto pandemia tienen que ver con un reforzamiento de las individualidades, de los egoísmos, de la cultura neoliberal -que viene impregnando las sociedades de Occidente al menos-, de los reclamos que se parecen más a berrinches infantiles que a demandas de sociedades adultas conscientes de un riesgo sanitario.
El “rebelde pandémico” no está pensando en el o la que tiene que salir a trabajar porque no tiene empleo registrado, o porque su sueldo no le alcanza y menos aún piensa en las enormes desigualdades sociales que desnudó crudamente el contexto Covid.19. El rebelde pandémico hace berrinche, patalea en medios de comunicación, por supuesto en redes sociales y aun en la calle contrariando a lo dispuesto en los decretos. Si le cuadra le da unas buenas reprimendas a los gobiernos, porque en el ideario del rebelde pandémico la política y los políticos son “puesto menor” siempre que no represente estrictamente sus intereses.
Por eso es que esta coyuntura tiene tanta complejidad que su análisis y consecuente respuesta política acertada implican los saberes y entendimientos de varias disciplinas sociales y de una escucha fuerte en los sentidos de aquellos que sin ser el rebelde pandémico, se sienten interpelados por los sentidos de éste, aun cuando sus intereses en muchos casos, se oponen. También se necesita una predisposición digna de un monje tibetano para digerir “el ideario” que ponen a circular desde esas usinas, que buscan generar un clima “antipolítica” interpelando también a los sectores sociales con necesidades más urgentes y concretas, esos sectores cuyas prioridades son más del orden de las panzas vacías o de las muertes sufridas y no tanto de “qué hago con mi derecho a pasear o a juntarme con amigues”.
Mientras tanto y como contracara, la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva ha emitido una solicitada firmada por la presidenta y el vicepresidente la SATI, doctores Rosa Reina y Guillermo Chiappero, que expresa: "Los médicos, enfermeros, kinesiólogos y otros miembros de la comunidad de la terapia intensiva sentimos que estamos perdiendo la batalla. Sentimos que los recursos para salvar a los pacientes con coronavirus se están agotando"(…) "Hoy nos encontramos al límite de nuestras fuerzas, raleados por la enfermedad, exhaustos por el trabajo continuo e intenso, atendiendo cada vez más pacientes”(…) "No podemos más, nos vamos quedando solos, nos están dejando solos".
Es una solicitada en registro de súplica: no hagan fiestas, usen tapabocas, mantengan distancia, quédense en casa, lávense las manos con frecuencia, no sean un paciente más, dicen los intensivistas. Según lo que ellos mismos denuncian, las terapias intensivas se están quedando sin recursos y hay alto índice de ocupación de las UTI en todo el país.
Y luego viene, en esa solicitada, la mirada a la sociedad en general: “Observamos en las calles cada vez más gente que quiere disfrutar, que reclama sus derechos, la gente que se siente bien por ahora. ¿Qué pasará con ellos y sus familiares mañana? ¡Ojalá que no se transformen en uno de nuestros pacientes que, con fuerzas, trataremos de arrebatarle a la muerte! Porque nadie sabe cuándo el virus los infectará".
Los casos totales de contagiados por Covid.19 confirmados desde el comienzo de la pandemia en Argentina, son más de 439 mil. Los fallecimientos acumulan más de 9 mil, las UTI están colapsadas en muchos hospitales, no hay suficientes intensivistas en el sistema sanitario como para responder a un agravamiento de la situación. Habrá que coincidir en que es como para tomarlo en serio.
Daniela Roldán
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