12 de mayo de 2020

Información General

Información General. Contra todos los males de este (infectado) mundo

“Mejor que el silencio, sólo Joao”, dice Caetano. Y mejor que Joao, Fito y Pauls charlando en una cápsula de tiempo, en la remota época en la que podíamos juntarnos para rendir culto a la poética de construir un puente con palabras.


El músico y el actor se encontraron a conversar sobre la vida y la obra de Páez en el programa Dos Solos, que Gastón Pauls realizó para el canal ACUA Federal y que constó de trece episodios emitidos entre 2014 y 2015 aún disponibles en YouTube y otras plataformas (con la dirección de otro ex Montaña Rusa, Sebastián De Caro). Fabiana Cantilo, Natalia Oreiro, Guillermo Vilas, Ricardo Darín, Ricardo Mollo y Diego Maradona fueron otr@s de l@s invitad@s del delicioso ciclo.


En verdad, se trata de un reportaje a Fito minuciosamente preparado por el actor, que hurga sin escarbar en cuestiones relativas al método de trabajo del rosarino, la materia de sus canciones, su posicionamiento en el mundo y su mirada sobre el personaje público que viene construyendo desde 1983, cuando irrumpió en la fervorosa Buenos Aires de la restauración democrática con Baglietto y La Trova rosarina, esa Baires de conquista y cocaína. Así, logra que Páez se pinte a sí mismo con la gracia y el desparpajo que lo han caracterizado siempre, lejos de toda solemnidad y corriéndose espantado del sitial broncíneo que quizá su espléndida obra ya merezca. Fito es un charlista natural a quien ya ser parte de la religión no ha anquilosado su dote de atorrante encantador, un niño grande que en los jardines de su mente sigue tomando la leche con el Capitán Piluso, allende alguna sonora polémica pública a la que lo ha empujado la agudeza de un pensamiento que gusta de abrevar en los charcos del desprejuicio y la incorrección, y tal vez aquí no revele cosas que nunca haya dicho, pero las dice con más gracia durante unos compactos cincuenta y dos minutos, guiado por un Pauls que sabe guardar su lugar como pocos de los periodistas de espectáculos y deportivos de ahora. 


Todo trascurre en un living despojado, no hay flashbacks ni cortinas musicales, no hay cortes publicitarios, las cámaras se mueven con clasicismo de los primeros planos a los generales, no irrumpe un solo cartelito pidiéndote que te quedes en casa y que te aísles para ser solidario, y eso también representa un descanso hoy. Se supone que detrás de cámaras hay un público privilegiado mirando el encuentro, pero no participa y en ningún momento los protagonistas incurren en la demagogia de dirigirse a la platea, que rasgaría la atmósfera de ensueño. Registrada hace ya un lustro, podría decirse que esta entrevista es atemporal, porque fotografía treinta años de vida y obra de uno de nuestros artistas contemporáneos capitales, ese (ya no tan) flaco de bucles que a fuerza de canciones a veces pasmosamente simples y no necesariamente prolijas, se metió en el corazón de los argentinos como sólo Charly García y Los Redondos, si hablamos del género rock. (Más allá del cariño y la admiración que despierta esa indómita luz que seguirá siendo Spinetta, son las canciones de Fito y las de García las que conforman desde mediados de los ochenta la banda de sonido/arquitectura sentimental de los nacidos de este lado del Río de La Plata -las de Charly, desde una década antes-. Y las de Los Redondos, a diferencia de aquellos, primero ninguneados y luego combatidos por los medios masivos de comunicación que se meten hasta en tu plato de sopa.)


La cita que abre estas líneas es lo primero que dice Fito, cuando Gastón le pregunta cómo se lleva con el silencio y qué representa en su obra. En adelante, el músico hablará de sus primeros años en Rosario, de las distintas etapas de su vida y su carrera, de cómo fue que Charly y el ‘Flaco’ lo liberaron y de su mágico vínculo con ellos, al punto que una de las cumbres emotivas del viaje se da cuando evoca sus últimos días con Luis, en el triste verano de 2012. El derrotero del verborrágico cantante pasará también por algunos de sus trucos de cocinero, su relación con el éxito, las mujeres que amó y ama, la soledad, la muerte, el mundo y lo cotidiano de enseñarle a un hijo a tender la cama y poner la mesa, tan de todos los días como ir a ver fútbol al bar. (Pauls le pregunta por el rumbo del colectivo, hacia dónde cree que vamos, y el músico le responde que ahora mismo está ocupado en criar a sus hijos. El interrogante tendría otra connotación hoy, cuando ya empieza a resultar exasperante que a toda figura que se considera que goza de al menos dos dedos de frente, se le consulta cómo cree que saldremos de este desconocido tumor global.)


Cruza la charla como un duende el ímpetu celebratorio innegociable de Páez, a pesar de que adhiere “al viejo Bukowski” cuando avisa que “la civilización es un caso perdido”. En el centro de la mesa que tiende el actor queda la mirada del pianista sobre la tribu y los que traen y los que no traen el alimento, y revolcados en un rincón aparecen en un flash “esos cacarulos” que trabajan de opinadores porque “tienen mal sexo” y/o mala entraña, que le interesan nada. Todo, elaborado con la lucidez y la mirada profunda que siempre recortaron al hombre que vino a ofrecer su corazón en el firmamento del rockero estándar, a través de palabras que fluyen como un torrente conceptual pero acogiendo a la duda con entusiasmo también.


El cierre es con un abrazo, say no more.


Dos solos, Gastón Pauls con Fito Páez, es un plato recomendable en tiempos de quedarse adentro, y cuando toda una corriente de personas busca y brinda sugerencias de discos, películas y libros que nos hagan más llevadera la cuarentena, si es con ideas, mejor.


Chino Castro

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