27 de abril de 2020
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Luciano Carballo Laveglia conjuga discos con corazón de vinilo, por eso hace la salvedad de que su elección estará destinada a “gente de más de treinta años”, ya que los sub esa franja “no saben lo que es un vinilo”, si bien “hoy todo está en Spotify y te podés bajar lo que quieras”.
También puntualiza que en su adolescencia y juventud “no oíamos discos, los escuchábamos”, en alusión a que juntarse entre amigos a degustar un álbum constituía toda una ceremonia que se fue perdiendo con el tiempo. Estaba ‘prohibido’ cortar una canción o abandonar la ‘misa’, se consumía un disco de punta a punta, como se mira una película, guay con picotear canciones. El interés era tal que ni al más ‘hincha’ se le daba por interrumpir, lo que quizá hubiese merecido una dura sanción de la barra. Ritos insospechados hoy que el soporte físico casi no existe y los propios artistas ya no publican discos, sino singles en las plataformas digitales. “Nos tirábamos en el sillón a escuchar, hoy los chicos charlan mientras la música suena o están con el celular, sin prestar atención a lo que hay detrás”, diferencia Luciano, uno de los bolivarenses que podría aspirar al trono de quinto beatle que a nivel nacional el consenso general dice que le correspondió a Juan Alberto Badía.
A la vez operaba una suerte de clasificación no escrita para los álbumes, marca nuestro entrevistado: “Los que tenían un solo tema bueno, los que tenían dos o más, y los que estaban buenísimos de punta a punta, como los que yo voy a recomendar”. La cultura de los setenta y ochenta desdeñaba el compilado, las bandas se conocían por sus discos. Al compilado o Grandes éxitos lisa y llanamente se le desconfiaba, era una selección para advenedizos que no tenían interés en profundizar, coincide el hombre que atesora la friolera de dieciocho álbumes originales de los Bee Gees (se comenta que en el último ya cantan con voz de Coco Basile). “El que escuchaba buscaba discos, los ‘grandes éxitos’ eran para los que oían. A nosotros nos gustaba saber quién tocaba la batería en tal banda, la guitarra en otra, manejábamos toda esa data”. Más aún, el melómano le discutía al compilado: ‘por qué pusieron esta canción y esta otra no’, era un reniegue habitual. Y también salía contrariado de los recitales en los que su artista no tocaba un tema esencial de su cosecha discográfica. Luciano recuerda que en un concierto en Argentina, Elton John no incluyó Adiós camino de ladrillo amarillo ni Nikita. “Lo querías matar, pero claro, tiene como doscientos temas buenos”, se calma.
Dicho todo lo cual, sus obras para matizar el encierro en casa, esas que le “costó mucho” elegir, son las siguientes:
ABBEY ROAD, THE BEATLES, 1969
Podría escoger cualquier placa de sus amados Fab Four, por ejemplo Rubber Soul, sexto opus (publicado a fines de 1965), el que “marcó el quiebre”, pero se queda con Abbey Road, una de los últimas. “Tiene un tema lindo cantado por Ringo Starr, Jardín de pulpos; tiene dos temazos de George Harrison, los dos mejores de él, como Aquí salió el sol; Oh querida, Something. Y porque fue el último álbum que Los Beatles se juntaron a hacer en el estudio, ya a esa altura grababan por separado”. Abbey Road “es lindo de punta a punta, me siento a escucharlo y disfrutarlo aún hoy como la primera vez”, enfatiza.
EL LADO OSCURO DE LA LUNA, PINK FLOYD, 1973
“Porque trae Dinero, Tiempo, porque aparece un teclado extraordinario, la guitarra y la voz de David Gilmour. Lo pongo y lo escucho completo. No me pasa como con otros discos en los que había un tema que no me gustaba y tenía que esperar que pasara para llegar al siguiente…”.
BICICLETA, SERÚ GIRÁN, 1980
“Podés decir La grasa u otro, pero Bicicleta es completito. Contiene un piano extraordinario de un Charly García aún con la voz fresca; aparece Lebón con un par de temas divinos, como Encuentro con el diablo, y suena el bajo característico de Pedro Aznar, que después de Serú tocó de otra manera. Posee todo lo que a mí me gusta, no desperdiciás nada de Bicicleta. Canción de Alicia en el país, A los jóvenes de ayer, Mientras miro las nuevas olas, Desarma y sangra, todo lindo, todo lindo”.
MEDITERRÁNEO, ‘NANO’ SERRAT, 1971
“Me costó entre dos de él: En tránsito, que fue posterior, de 1981, y Mediterráneo, con el que me quedo. Trae, además de Mediterráneo, Aquellas pequeñas cosas, Lucía. En Tránsito contiene cosas lindas también, como Esos locos bajitos y Hoy puede ser un gran día, muchos temas lindos, para elegir a montones. Pero escojo Mediterráneo: la letra de la canción homónima me mata, la de Aquellas pequeñas cosas me destroza. Están Tío Alberto, La mujer que yo quiero, Qué va a ser de ti lejos de casa. Para escuchar completo”.
Todo en vinilo, aunque sin embargo Luciano difiere de la opinión-sentencia de los melómanos que rinden culto a una supuesta calidad suprema de los discos de antes. “Hoy tenés Spotify, lo descargás y lo escuchás completo, y te diría que suena mejor que el vinilo, que tenía sí el plus de todo un folclore que se ha ido perdiendo”.
BONUS TRACK: EL REGRESO, ANDRÉS CALAMARO, 2005
Es en vivo, necesariamente una suerte de ‘greatest hits’, que además no salió en vinilo, pero para él es entrañable, “me mata”. Es el de la pisada en la luna en la tapa, en tonos celestes. Fue a ver al ‘Salmón’ en esa época, cuando presentó El regreso en una abarrotada cancha de Estudiantes de Olavarría. La Bersuit (sin Cordera) era su banda de acompañamiento, la que lo rescató de la heavy Deep Camboya, como bautizó a la cueva creativa porteña en la que se atrincheró por años, a finales de los noventa y principios de los dos mil, la etapa en la que escupía jugados discos triples y quíntuples como cascaritas de maní. “Hay decenas de temas y ninguno de relleno. Es recopilación, pero están Los Abuelos, Los Rodríguez, toda su historia ahí. En Olavarría sonó a rock, armó una banda con dos guitarras, bajo, él tocando la viola como un rocker de toda la vida, que lo es, aunque Los Abuelos no eran tan rock. Sonido crudo, hermoso, siete mil personas vibrando juntas, un recital divino de más de dos horas”. Afortunadamente, dice, “pude volver a ver a Andrés después de muchos años. Ya lo había disfrutado entre el ’85 y el ’87 con Los Abuelos, unas de mis bandas predilectas, en Mar del Plata, la última vez poco antes de que se fuera a España a armar Los Rodríguez. Recuerdo un recital en Mogotes, en un lugar que se llamaba Waterland, y otro en Rock in Bali, un festival en la playa en el que vi a Los Enanitos Verdes y a muchos más. Antes de llegar a Santa Clara, donde después Moria Casán armó la playa Franka. Eran los años del regreso de la democracia, un tiempo muy lindo. Ahí me di una panzada con Los Abuelos, Virus, Los Twist, Zas, Viuda a e Hijas, GIT, Los Enanitos, todos pasaron por ahí”.
Chino Castro
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