Información General. Borges, Alabart y el resto

En su regreso a las tablas con el unipersonal Borges y yo, el actor José María Alabart ofreció un paseo entrañable por la obra del más grande escritor argentino, salpicado con datos biográficos que pintan al autor con sus luces y sus sombras, sus certeras andanadas sobre el ‘ser argentino’ y los desvaríos políticos que lo llevaron a estrechar con orgullo la mano de Videla y decir que era un general “democrático y culto”, una impresión similar a la que le provocó Pinochet.

Fue el sábado, en el auditorio de la biblioteca Rivadavia, en una función a beneficio del Profesorado de Teatro (CePEAC), que necesita comprar elementos de trabajo para la cursada. (Alabart es profesor de la carrera.)

Borges y yo es la primera propuesta que el también director teatral ofreció en su regreso a Bolívar desde México, en 2003. En adelante recorrió las salas de la ciudad, y su creador y protagonista no duda en desempolvarlo y acicalarlo cada vez que pinta la ocasión de ponerlo sobre la pista, lo que se ve favorecido al ser uno de los números propios que más quiere. Propone un recorrido por la obra de Borges a través de una selección de sus poemas y relatos breves, enriquecido con datos biográficos sobre el escritor. Son textos que se defienden solos, pero que crecen en el fogosamente preciso decir de Alabart, lo que termina constituyendo un periplo cálido y conmovedor. Quizá durante el recorrido todes descubramos cuánto de Borges portamos en nuestra alma argentina…

Además, Alabart interpreta a algunos de los personajes contenidos en esos escritos, que agrupó por tópicos: Borges y los malevos y cuchilleros; Borges y el tango; Borges y Buenos Aires, y alguno más. 

Un acierto fue la incorporación -en las funciones de los últimos años- del asunto El humor de Borges, en el que Alabart desgrana anécdotas verídicas de un Jorge Luis que era dueño de un finísimo humor, al tiempo que imagina a un Borges de peña, chusco y chabacano, que, por ejemplo, elabora décimas instantáneas en el pináculo de un bien regado y sudoroso asado. En conjunto, este bloque tiende a humanizar a un Borges siempre presentado (incluso a él quizá le gustara presentarse así) como frío, distante, solemne y elitista, que si alguna vez le tocaba ir a la panadería de Pereira (pongalé) regresaba indignado porque nadie conocía a Melville. 

También aporta a esa humanización de Jorge Luis, que de ningún modo es propósito de este espectáculo pero termina siendo un objetivo logrado lateralmente, el mosaico del Borges animal político que podríamos construirnos con las referencias a las que recurre Alabart, que no duda en señalar, sin jamás caer en la berretada de juzgar, los desaguisados políticos de un Borges que odiaba a los peronistas y respetaba a los dictadores, entre otras ‘preciosidades’. Un JLB que, cuando declaraba acerca de asuntos públicos, acostumbraba “orinar allende los límites del tarro”, como marcó con humor el ‘Mono’, que también rescató posturas suyas que apuntaban en la dirección contraria, es decir hacia la izquierda (quién te viera Jorgito), como la que fijó en aquél poema en el que asevera que nadie es la patria, recitado por Alabart hacia el final de la función.

El autor de Fervor de Buenos Aires es uno de los grandes amores del actor bolivarense, y hoy podríamos asegurar (permitamé que le incluya), sin miedo a exagerar, que su unipersonal Borges y yo ya es, con más de quince años de rodaje en los por fin intensos escenarios de la ciudad, uno de nuestros espectáculos necesarios, uno con el que nuestro corazón cuenta, ya que sabe que por fortuna sigue estando ahí, sano, salvo y soleado. Ya una suerte de ceremonia en tiempos de amores perros.

Chino Castro